Escrito por MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

No lo puedo recordar con precisión, pero la primera vez que vi el nombre de Errazuriz fue en las páginas de Blaise Cendrars a propósito de Madame Errazuriz, en realidad Eugenia Huici de Errazuriz, la chilena nacida boliviana que fue la mecenas de escritores y pintores en el París de la vanguardias, hasta muy tarde. Fue muy retratada por Boldini, Sargent, Madrazo… Una vida de novela. Lo único que no me gusta de ella es que fuera la madre del minimalismo… valga la broma, las urracas tenemos nuestro corazoncito.

Patético ese encuentro, en su residencia fabulosa de La Mimosseraie de Biarritz, sobre la Côte des Basques, con Blaise Cendrars mientras a lo lejos se escuchaban los estampidos de la guerra y al final ardía Irún, en septiembre de 1936. Pero todo esto lo fui sabiendo después de tropezarme con el panteón de Errazuriz en el Pére-Lachaise parisino. Que esa familia de la aristocracia chilena fuera originaria de Arizkun, en el valle navarro de Baztan, solo lo supe en el 2003, por boca de Marcos Errazuriz, Robinson Crusoe de la isla de Juan Fernández, que se quedó asombrado de que yo viviera en ese valle y me dijo que su papa había venido acá en peregrinación, a ver la casa que aparece en la fotografía, el solar originario de los Errazuriz, algo que por lo visto ha sido habitual en gente de esa conocida familia chilena.

En la casa viven ahora unos buenos amigos.

Desde entonces he vuelto muchas veces a Cendrars y a Madame Errazuriz, de quien hay varias biografías novelescas, como la hay de Micaela Cousiño Quiñones de León, también chilena y no sé si «algo parientes», sobrina del que fuera embajador de los alzados (Burgos) en el París de 1936 y director de sus servicios secretos —Baroja le llamaba «nuestro embajador»—, junto con el conde de los Andes, Bertran i Musitu, y Cía, y esposa de Enrique de Orleans, conde de Paris —que pasó la guerra mundial y la Ocupación en una casa de Pamplona que estaba pared con pared de aquella en la que Baroja pasó años de su infancia y adolescencia—, y no sé si hija del millonario que se pasó un año buscando el tesoro de la isla de Juan Fernández y hasta fletó un barco, el Serva la Bari, que había sido propiedad de unos ricachones navarros, los Goizueta, para llevarse el tesoro…

Ah, sí, podíamos meter en la novela cómo se desperdigaron diversas joyas gótica del palacio gallego de Castrelos, que yo vi, asombrado, en anticuarios y chamarileros de Bayona y Biarritz, y de paso pondríamos entre bastidores y alcobas al jugador de tenis Jean Borotra, le basque bondissant, pero no soy ni Modiano ni Evelyn Waugh ni Ciryl Connolly ni ninguna de las hermanas Mitford, y ahora mismo siento hacia esos mundos novelescos de ricos el mismo reparo y extrañeza que sentía Chesterton.

El artículo tiene errores de detalle, pero en lo fundamental retrata bien a «la boliviana».

[Fuente: vivirdebuenagana.wordpress.com]