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El hallazgo de un inmenso altar fúnebre azteca permite reflexionar sobre las urgencias actuales sin fantasías atávicas pero con un nítido sentido de la historia y los desafíos del presente.

 

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México vive la peor violencia desde la Revolución (1910-1920); sin embargo, en su primer informe de gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador dedicó 40 segundos al tema.

El crimen organizado ocupa el territorio y diversifica su economía. A la piratería, el secuestro, la trata y el narcotráfico, añade el robo de combustible, los narcocréditos, la agricultura de exportación, la minería, el control del agua, el cobro de derecho de suelo e incluso prácticas clientelistas como el reparto de alimentos y medicinas.

La soberanía nacional es relativa, según confirmó el periodista de El País Jacobo García en su alucinante viaje por la región de Michoacán, donde se cultiva el 70 por ciento de la producción mundial de aguacate: “La carretera de la muerte no es la que recorre Los Andes o la ladera de los Anapurna, sino los 36 kilómetros que unen Jalisco y Michoacán a través de Jilotitlán”, escribió en septiembre de 2019, luego de recorrer parajes que le recordaron escenas de guerra en Siria, Irak y Afganistán.

El país se desgaja sin una política de seguridad que haga frente a la situación. López Obrador cortó con las fallidas estrategias anteriores, medida imprescindible, pero los asesinatos aumentan. ¿Hay salida? La respuesta equivale a un vacío: 40 segundos de informe presidencial.

Mientras esto sucede, los arqueólogos hallan restos del imperio azteca que remiten a una violencia remota. ¿Podemos vernos reflejados en esos saldos del origen como si nos asomáramos al Espejo Humeante de Tezcatlipoca, Señor de la Fatalidad, donde el ser humano debía escrutar su condición inescapable?

La Ciudad de México tiene otra ciudad bajo la tierra. Por códices prehispánicos y crónicas de frailes y conquistadores, los arqueólogos saben de la existencia de sitios que no han sido explorados.

La céntrica calle de República de Guatemala se extiende sobre la antigua ruta sagrada de la muerte. Ahí se encontraba el juego de pelota azteca, donde el perdedor era ofrendado a los dioses, y en 2006 ahí fue hallada la efigie de Tlaltecuhtli, deidad dual, masculina y femenina, que devora las inmundicias y da a luz nueva vida.

En 2015 se descubrió el vestigio más importante en la relación de los antiguos mexicanos con la muerte: el tzompantli, inmenso altar de cráneos. En el número 24 de Guatemala la remodelación de una casa confirmó que excavar en esa parte de la ciudad es una arqueología accidental. En este caso, se encontró la base de una torre de cráneos consagrada a Huitzilopochtli, dios del sol y la guerra. Durante la conquista, Andrés de Tapia, soldado de Hernán Cortés, creyó distinguir ahí 136.000 cráneos y el fraile Diego Durán, 80.000, cifras seguramente exageradas por el temor reverencial que provocaba esa empalizada fúnebre. En Muerte a filo de obsidiana, Eduardo Matos Moctezuma, quien condujo la exploración del Templo Mayor, define al tzompantli como “la manifestación más evidente del control político-religioso” que la jerarquía de sacerdotes y militares ejercía sobre su propio pueblo.

A partir de octubre de 2016, el arqueólogo Raúl Barrera se hizo cargo de los trabajos en Guatemala 24. El sitio aún no ha sido abierto al público, pero pude visitarlo el 16 de noviembre de 2017, dos meses después del terremoto que derribó numerosos edificios en la ciudad. La casona colonial resistió de milagro los embates telúricos y la excavación en el sótano. Vigas de madera, dispuestas en equis, apuntalan los muros. A unos metros, el Museo del Templo Mayor muestra una representación en piedra del tzompantli. Esa asombrosa geometría de la muerte no deja de ser abstracta. El enjambre de cráneos que sale del lodo en Guatemala 24 no suplanta un hecho; lo constata: miles de cuencas vacías escrutan la nada desde hace quinientos años.

De acuerdo con Barrera, la mayoría de los sacrificados eran cautivos de guerra y se llegaron a incluir cráneos de españoles. La principal revelación de campo ha sido que, aunque el 75 por ciento de los restos pertenecen a hombres, el 25 por ciento es de mujeres y niños. En la economía sacrificial de los aztecas, destinada a pacificar dioses veleidosos, había que ofrendar prisioneros, pero también prescindir de lo más querido. La vida no se despreciaba; aumentaba de valor al entregarse de ese modo.

La torre de cráneos semidescarnados de casi cinco metros de diámetro realzaba el poder político-religioso en Tenochtitlan. Una ciudad de alrededor 250.000 habitantes confluía en ese escenario. Ante ese trato con la muerte, conviene recordar lo que Georges Dumézil escribió a propósito de las “rarezas” del pasado: interpretar los “hechos religiosos arcaicos” en su justa dimensión implica prescindir de “las ideas bárbaras y engañosas que las escuelas imaginan”. En La muerte entre los mexicas, Matos Moctezuma entiende así el tzompantli: “Los dioses, a veces beligerantes, a veces benévolos, deberán ser ofrendados por diversos medios para que jueguen un papel que tienen encomendado dentro de la estructura universal. Entre lo más preciado que el hombre posee está el hombre mismo, de allí que el sacrificio de su vida conlleve, en buena medida, la continuación del movimiento por medio del cual hay vida”.

Hace unos días le pregunté a Matos Moctezuma sobre la cantidad de cráneos que esperan hallar en el tzompantli: “Un cálculo preliminar podría dar unos 2000 cráneos, pero Raúl Barrera cree que podrían ser 5000, y hay que recordar que se iban quitando algunos y colocando otros nuevos”, comenta.

Toda estadística fúnebre es excesiva: cada hueso constata un fin irreparable. Los cráneos ensartados en el tzompantli integran un ábaco de ofrendas a los dioses. Aunque no es fácil contemplarlo, responde a un significado; el sacrificio era una plegaria: alimentaba al sol para que no dejara de brillar.

En Guatemala 24 la tierra conserva la humedad de la laguna que fue sepultada para edificar la Ciudad de México. Ahí, los siglos enrarecen el aire y los cráneos enrarecen el presente. El mundo del sacrificio azteca nos resulta ajeno, pero hay claves para entenderlo. En comparación, el México contemporáneo es más absurdo. ¿Cómo explicar un país de fosas clandestinas (más de 3000 en los últimos 14 años) donde se muere sin otra causa que el despojo?

El 26 de junio, a las 6:35 de la mañana, un camión bloqueó Paseo de la Reforma, emblemática avenida de la Ciudad de México, y 28 sicarios balacearon el coche de Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Ciudadana. Viajaba con dos escoltas que fallecieron, al igual que una vendedora que pasaba por la zona. García Harfuch sobrevivió gracias al blindaje nivel 5 plus del vehículo. Tres horas después del atentado escribió en Twitter: “Esta mañana fuimos cobardemente atacados por el CJNG (Cártel Jalisco Nueva Generación)[…], tengo tres impactos de bala y varias esquirlas”.

Los atacantes fueron repelidos por cuatro guardaespaldas que iban en otro coche, que quedó fuera del cerco de fuego, y por patrullas que llegaron un minuto después. Veintiún sospechosos han sido arrestados. El atentado fue un notable fracaso, pero lo que llama la atención no es la impericia de quienes dispararon más de 150 balazos sin dar con su objetivo, sino su espectacularidad, el despliegue teatral de la osadía. La prioridad no era asesinar, sino demostrar que eso es posible en el corazón de la capital mexicana.

En sintonía con esta estrategia, el 17 de julio circuló un video en el que el Cártel Jalisco Nueva Generación despliega sus tropas. La cámara recorre una larguísima fila de vehículos pintados de camuflaje. En cada portezuela, una calavera y las siglas CJNG acreditan al “grupo de élite”. Un ejército encapuchado alza el puño y grita: “¡Pura gente del Mencho!”, en alusión a su líder, Nemesio Oseguera Cervantes.

Días después, el “Doble R”, miembro prominente del cártel, aclaró: “Nuestra guerra no es contra el pueblo ni es contra el gobierno”. Según esta versión, el desfile estaba destinado a amedrentar al “Marro”, José Antonio Yépez Ortiz, líder del competidor Cártel de Santa Rosa de Lima.

El narcotráfico ejerce un poderío visible al tiempo que el gobierno se repliega. La Guardia Nacional creada por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador estaba destinada a reunir y coordinar grupos judiciales dispersos; sin embargo, desde su creación ha debido atender otras tareas. La más importante es la contención de migrantes a Estados Unidos. Donald Trump desistió de su amenaza de aumentar los aranceles a las exportaciones mexicanas a cambio de que se controlara el tráfico de indocumentados. De este modo canjeó un tema económico por una exigencia migratoria, convirtiendo a la Guardia Nacional en extensión de la Border Patrol. Su promesa de que México pagaría por construir un muro en la frontera encontró una forma perversa de volverse cierta: el ejército mexicano debe actuar como una pared cuyo espesor va de Centroamérica al río Bravo.

La distracción de las fuerzas federales en tareas migratorias, a las que se añade el control de puertos y aduanas, y las restricciones de la pandemia (circunstancia aprovechada por el narco y de la que Ioan Grillo escribió en estas páginas), dificulta el combate al crimen organizado.

¿Hay una estrategia clara al respecto? López Obrador ha hecho llamados morales a los capos, pidiendo que piensen en sus madres y aconsejando repartir “abrazos, no balazos”. Ante la violencia ha usado expresiones de repudio infantil: “¡fuchi, guacala!”. Mientras tanto, los asesinatos aumentan: la BBC informó que en 2019, primer año del actual gobierno, se cometieron 34,582 homicidios dolosos, un 2.5 por ciento más que en 2018, hasta entonces el año más cruento en nuestra historia reciente.

De manera encomiable, López Obrador se propuso acabar con la política de “guerra contra las drogas” que el presidente panista Felipe Calderón calcó de la gestión de Richard Nixon y del Plan Colombia. Ordenó que el ejército saliera de sus cuarteles en diciembre de 2006, a dos semanas de haber asumido la presidencia, cuando la oposición cuestionaba el resultado electoral. No pidió que el Congreso respaldara la medida ni la propuso en su campaña. Esa iniciativa fue, por decir lo menos, precipitada. Seis años después había más de 100.000 muertos y más de 30.000 desaparecidos. Calderón insistió en que el incremento de la violencia se debía a que los cárteles combatían entre sí por nuevas plazas; se refirió a los narcos como “los malosos”, seres extraños infiltrados en el país, sin comprender que pertenecían al tejido social y que la solución no podía ser exclusivamente militar. Al combatir fuego con fuego solo hubo un resultado: todo mexicano podía ser un “daño colateral”.

Calderón apeló a la ocupación del territorio y la presencia física del ejército. En Topología de la violencia, el filósofo Byung-Chul Han identifica esta estrategia con la dominación arcaica: “El gobierno se vale de la simbología de la sangre. La violencia directa opera como insignia de poder. En este caso, la violencia no se oculta. Se hace visible y se manifiesta. No tiene ningún tipo de pudor. No se muda ni se muestra medio desnuda, sino elocuente y sustancial”. En esa lógica, “la violencia infligida a otro aumenta la capacidad de supervivencia”.

Una fotografía alcanzó el nivel de ícono en la guerra de Calderón. En 2009, la Marina ultimó al capo Arturo Beltrán Leyva y fotografió su cuerpo desnudo, tapizado de billetes ensangrentados. Un presunto acto de justicia se convirtió en gesto de venganza.

El Estado moderno sustituye la visibilidad de la violencia por formas más opacas de control. Calderón apostó, como ahora lo hace el Cártel Jalisco Nueva Generación, por exhibir la fuerza para amedrentar al adversario. Durante su mandato, los periódicos publicaron “ejecutómetros”. El marcador rojo no favoreció al presidente panista. Calderón ignoraba la fuerza de su oponente y su grado de infiltración en los más diversos mandos del gobierno. En una batalla ante un enemigo difuso, sin nociones de frente y retaguardia, llevaba todas las de perder.

El hartazgo ante la sangre hizo que en las elecciones de 2012 el PAN quedara tercer puesto. El país prefirió el regreso del PRI, partido paleontológico que había gobernado de 1929 a 2000, y que solo se modernizó en la medida en que su candidato, Enrique Peña Nieto, lucía mejor en televisión que en la realidad.

A partir de 2012 cambió el discurso oficial. Si Calderón colocó el militarismo al centro de su gobierno y se puso un uniforme que le quedaba tan grande como los destinos del país, Peña Nieto consideró que la violencia era un problema de percepción que mejoraría al no hablar de él (con el mismo sentido de la evasión, propuso “pasar página” al caso Ayotzinapa, desapareciendo de la memoria a los desaparecidos de la realidad).

López Obrador no pertenece a la cleptocracia que gobernó el país durante casi un siglo en beneficio propio ni está dispuesto a poner en práctica las conductas represivas del PRI y el PAN. Su gobierno, avalado por 30 millones de votos, representa un corte de sentido respecto a políticas anteriores. Sin embargo, eso no basta para que tenga éxito. Su alianza con los evangelistas y los empresarios más poderosos del país, su desdén por la clase media, su apuesta por combustibles fósiles, su imparable caudillismo y su injurioso trato a ambientalistas, feministas, científicos, pueblos originarios, periodistas y víctimas de la violencia trazan el retrato de un populista conservador con ocasionales arrebatos izquierdistas.

El 17 de octubre de 2019, Ovidio Guzmán, hijo del célebre “Chapo”, fue detenido por policías antinarcóticos en Culiacán. El Cártel de Sinaloa reaccionó con una protesta que dejó 68 vehículos militares con impactos de bala, ocho muertos, 16 heridos, 19 bloqueos y un motín en la cárcel que liberó a 45 reos. Los 32 grados de temperatura de la capital sinaloense aumentaron con el fuego. En ese clima incendiario, un narco que negociaba la liberación del “Chapito” se dirigió a los militares con afrentosa superioridad: “Se te está hablando bien, suéltalo y vete tranquilo, y no se te va a hacer nada, si no te va a cargar la verga”.

En esas apremiantes circunstancias, López Obrador ordenó la liberación de Ovidio Guzmán: “No puede valer más la captura de un delincuente que las vidas de las personas”, explicó. La declaración contrasta con la de Calderón para justificar su estrategia: “Costará vidas humanas inocentes, pero vale la pena seguir adelante”.

Aunque se evitó un mal mayor, no hubo consenso en un país fracturado. López Obrador apeló a un sentido humanitario de la justicia; sin embargo, para muchos, mostró debilidad. La revista Proceso tituló así su portada: “Ustedes mandan”.

El tema es más complejo de lo que parece. En su espléndido artículo “La tentación de la guerra”, Oswaldo Zavala, profesor en la Universidad de la Ciudad de Nueva York y autor de Los cárteles no existen, señala que el operativo de Culiacán fue ordenado por el Grupo de Análisis de Información del Narcotráfico en posible coordinación con la DEA y el gobierno de Sinaloa, del PRI, siguiendo la lógica de intervención estadounidense pactada por Calderón desde 2008 en la Iniciativa Mérida. Un mes antes de la captura, el 16 de septiembre, Uttam Dhillon, entonces director interino de la DEA, estuvo en Culiacán, según reportes periodísticos. Zavala no descarta que los muchos errores del operativo hayan sido provocados voluntariamente para exhibir al gobierno. Carlos Demetrio Gaytán, subsecretario de la Defensa con Calderón, ha dicho que los militares se siente “agraviados” y “ofendidos” por una política que los excluye. Las dudas que despierta la fallida captura llevan a una pregunta: ¿a quién le interesa reactivar la “guerra contra las drogas”? “La ocupación militar y el fenómeno de la paramilitarización en México han sido un vehículo para el despojo y apropiación ilegal de tierras que permiten el avance de megaproyectos de extracción de recursos naturales como gas, petróleo y minería”, responde Zavala. Ese núcleo complejo ayuda a entender que López Obrador se haya apartado de un lance que le era ajeno en muchos sentidos.

Hace más de 2000 años, Sófocles contrastó en Antígona el derecho humanitario con las obligaciones ante el Estado. López Obrador evitó una matanza y liberó a un enemigo poderoso. La opinión pública, versión moderna del coro griego, juzgó que se trataba de un gesto de rendición, del mismo modo en que, en marzo de 2020, condenó que el presidente saludara de mano a la madre del “Chapo” y, en enero, se negara a recibir a víctimas de la violencia encabezadas por el poeta Javier Sicilia.

El presidente fue amonestado por el coro, pero Atenas lo respalda: su aceptación en abril fue de 68 por ciento, según una encuesta de El Financiero.

En 2010, Felipe Calderón ordenó que las osamentas de los héroes de la independencia fueran exhumadas para recorrer el país en un cortejo fúnebre. Los remanentes de los próceres integraron un tzompantli portátil, acorde con la hipervisibilidad del poder que el presidente panista buscaba en su “guerra contra el narcotráfico”.

López Obrador rompió en forma meritoria con esa conducta. Sin embargo, mientras el narco avanza de manera ostensible, como lo hicieron las huestes de Calderón, no parece haber una estrategia global que se le oponga. El presidente habla todas las mañanas, pero tiene el talento distractor de hablar siempre de “otra cosa”. Su gramática ante la violencia aún está por conjugarse.

Victor Hugo envió una carta a Benito Juárez pidiendo que perdonara la vida del usurpador Maximiliano: “Que el violador de sus principios sea salvado por un principio. Que tenga esta dicha y esta vergüenza”. La máxima afrenta al adversario consiste en no ser como él. El combate a la violencia pasa por no ejercerla inútilmente.

La fuerza ética de ese planteamiento es evidente, pero no basta para pacificar un país. En su torrente retórico, López Obrador no ha formulado planes específicos para recuperar el tejido social. Ante las más variadas interrogantes responde que actuará “con honestidad”, principio muy rara vez observado por sus predecesores, que, sin embargo, no garantiza el control del territorio.

El mundo náhuatl rindió religiosa pleitesía a la muerte. Al mismo tiempo, de manera rebelde, repudió esa sumisión en su poesía, cargada de angustia y tristeza ante la fugacidad de todas las cosas. Un poema anónimo pregunta: “¿Es nuestra casa la tierra?” y otro responde: “Vivimos en tierra prestada”.

En 2021 se cumplirán 500 años de la caída de Tenochtitlan. En lo que llega esa fecha, los arqueólogos liberan cráneos en el tzompantli.

Mientras tanto, México se convierte en una inmensa necrópolis, sembrada de cráneos contemporáneos. Cada reliquia exige una razón. ¿Tiene sentido la sangre derramada?

En el año más violento de nuestra historia reciente, resuena la voz del poeta náhuatl: la vida es incierta en la tierra que nos fue prestada.

Juan Villoro es escritor y periodista. Su libro más reciente es El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México.

[Ilustración: Diego Cadena Bejarano– fuente: http://www.nytimes.com]

Detalle de una postal de Salónica en 1917, probablemente antes del gran incendio de aquel mismo año.

Escrito por JULIÁN ELLIOT

En 2019 caducaba el plazo para que los descendientes de los sefardíes expulsados de España en 1492 pudiesen solicitar la nacionalidad española. Cinco siglos después de que los Reyes Católicos echaran a los judíos de Sefarad (como la Biblia denomina en hebreo a la península ibérica), una ley sancionada en 2015 por unanimidad en el Congreso buscó enmendar esa deuda pendiente.

Los sefardíes emigraron a diversos destinos tras la expulsión. De todos ellos, ninguno preservó tanto el espíritu y las costumbres de su añorada Sefarad como . Esta capital llegó a ser por momentos la segunda metrópolis más importante del Imperio otomano, gracias, en buena medida, a esos exiliados.

, perteneciente a Grecia en la Antigüedad y de nuevo a partir de 1912, fue durante medio milenio, hasta el exterminio nazi, lo más parecido a una patria hebrea cuando no existía el Estado de Israel. De hecho, se convirtió durante su apogeo, bajo los musulmanes, en el hogar de la comunidad judía más grande, próspera e influyente del planeta por el impulso sefardí.

Fotografía de una familia judía en Salónica en el año 1917.

Un imperio multiétnico

Aunque los sefardíes no fueron la primera comunidad judía en radicarse allí. Siglos antes lo habían hecho los romaniotes, procedentes en gran parte de Alejandría. Y a finales del siglo XIV llegaron los asquenazis huyendo de las persecuciones en Europa central y oriental.

Además de ser un puerto muy dinámico, hacía de bisagra entre Italia y los Balcanes, al oeste, y el Imperio otomano, al este. De ahí que este quisiera la plaza. La anexionó en 1430 bajo el sultán Murad II.

La población islámica ocupó en adelante la mayoría de los puestos clave institucionales y sociales. Sin embargo, las nuevas autoridades garantizaron las prerrogativas habituales en estos casos a los judíos y los cristianos, en tanto “pueblos del Libro”.

Cierta libertad de culto, un alto grado de autogobierno de su comunidad y algunas exenciones fiscales se contaron entre esos privilegios.

Los sultanes no entendían que España se desprendiera con tanta facilidad de este preciado capital humano

Judíos bienvenidos

Los sultanes, de hecho, recibieron a los sefardíes con los brazos abiertos. No entendían que España se desprendiera con tanta facilidad de este preciado capital humano. Solimán el Magnífico llegó a comentar que “se maravillaba de que hubiesen echado a los judíos de Castilla, pues era echar la riqueza”.

Fue una jugada magistral. Los judíos enseñaron a fabricar a los otomanos de arcabuces a artillería pesada. También crearon imprentas, las primeras del Imperio. Una minoría de traductores, médicos y banqueros judíos prestaban servicio al propio sultán.

Hubo una proporción de un sefardí por cada otro vecino de  hasta entrado el siglo XX. Ningún otro lugar del mundo reunió tantos judíos en ese medio milenio.

Grabado de mujer judía en el siglo XIX.

La metrópolis se benefició de ello. Hubo que levantar barrios enteros y modernizar el suministro de agua. Más cuando, entre los siglos XVI y XVII, se sumaron a los sefardíes originales muchos otros desplazados de Occidente por asuntos internos de cada reino o por la pugna entre islam y cristiandad.

Debido a su gran número, los sefardíes de Salónica se mantuvieron segregados de otros compañeros de religión. Miraban con desdén a los “griegos”, como llamaban a los romaniotes, y a los “alemanes”, o asquenazis. Sobre todo, los sefardíes procedentes directamente de la península ibérica.

Los judíos eran ciudadanos de segunda en comparación con sus vecinos musulmanes. No obstante, su comunidad fue siempre autónoma. Gracias a esta libertad, los sefardíes pudieron desarrollar una especie de próspero microestado dentro del otomano.

Podían dictar leyes para su congregación, siempre que no chocaran con el orden jurídico imperial. El rabino mayor de Salónica podía incluso encarcelar a los delincuentes judíos.

Calle de Ladadika, en uno de los antiguos barrios judíos de Salónica.

El oro pañero

La clave inicial del bienestar sefardí del siglo XVI pasó por la artesanía. Pero el gran despegue económico ocurrió a partir de una contrata otorgada por el sultán: la confección de los uniformes de los jenízaros, su guardia pretoriana. Los judíos locales se especializaron en trabajar la lana, con todas las industrias derivadas. Una vez servida la infantería de élite, eran libres de continuar fabricando textiles para otros clientes.

No tardaron en vestir a toda Salónica y a otras ciudades otomanas, e incluso exportaron tejidos a las actuales Hungría e Italia. Fue gracias a una feliz combinación de demanda, telares mecánicos de vanguardia, buen oficio y una valiosa red de lazos familiares e intercomunitarios que conectaban el mundo islámico y la Europa cristiana.

El sector lanero era el más destacado, pero también se dedicaron al algodón y la seda y, fuera del ámbito textil, al trigo y la sal, así como, más tarde, a la manufactura de pólvora y artillería. También importaron artículos suntuarios italianos y balcánicos para aprovechar el regreso de las flotas y caravanas.

A mediados del siglo XVI, Salónica generaba los mayores ingresos urbanos del Imperio otomano tras Estambul

La extracción de plata fue una contrata como la pañera. Pero en este caso desastrosa. Los hebreos de la ciudad a quienes se les endilgó no sabían cómo rehuirla.

Inmigrantes muy rentables

A mediados del siglo XVI, Salónica ya generaba los mayores ingresos urbanos del Imperio otomano tras Estambul. La integración social y la prosperidad potenciaron la cultura sefardí. Se abrieron escuelas rabínicas. También se imprimieron los primeros libros en judeoespañol. Se formaron, en realidad, dos idiomas mixtos de lenguas peninsulares y hebreo: el ladino, más culto y usado sobre todo en textos religiosos, y el judezmo, de empleo cotidiano. Ambos se han conservado hasta el presente, cargados de arcaísmos y de palabras en hebreo, turco y griego.

Los sefardíes de Salónica acompañarían el declive otomano a partir del siglo XVII. Los fracasos militares del sultanato, el boom de las rutas atlánticas en detrimento de las mediterráneas, un repunte de la piratería, la escasez de grano y varias galopadas inflacionistas minaron el apogeo del siglo anterior. La decadencia judía se agravó, además, por la mayor carga impositiva con que Estambul trató de compensar la debacle.

Vendedor de limonada de origen judío en Salónica a finales del siglo XIX.

Un segundo esplendor

Sin embargo, los sefardíes iniciaron una remontada a mediados del siglo XIX. Obedeció a múltiples causas. Desde contextos globales como la Revolución Industrial y el mayor peso político de las clases burguesa y trabajadora hasta la construcción de una línea férrea que, a partir de 1871, conectó Salónica con la capital imperial, por el este, y con Europa, por el oeste.

Pero el mayor dinamizador socioeconómico fue legislativo. Se trató de la Tanzimat, una serie de leyes sancionadas de 1839 a 1876 para modernizar el sultanato. Estas reformas implantaron una ciudadanía igualitaria, sin distinción de etnia o de religión.

El cambio diluyó la identidad cultural y erosionó la autonomía de los hebreos. Pero ganaron libertad de acción. Una mayor igualdad de oportunidades, mecanismos optimizados de producción y distribución y una comunicación más fluida con el exterior enriquecieron y modernizaron a la sociedad sefardí y, con ella, a Salónica.

Rabino en Salónica en el año 1918.

La población de la ciudad creció exponencialmente. De 30.000 habitantes en 1830 pasó a 157.900 en 1913. De ellos, en 1908, los judíos alcanzaron un pico de entre 80.000 y 93.000, según autores.

Arte y parte de los nuevos tiempos, los sefardíes se politizaron. Bien apoyaron, o bien se opusieron al otomanismo, hasta el punto de convertir Salónica en el bastión principal de la revolución de los Jóvenes Turcos. Pasiones parecidas despertaron ideologías como el socialismo y el sionismo.

De pronto, griegos

La vitalidad cultural se resintió y terminó desapareciendo por una cadena de acontecimientos. La revolución de los Jóvenes Turcos ya había espoleado cierta emigración en 1908, al abogar por un servicio militar obligatorio que algunos judíos rechazaban. Mucho más traumática fue la anexión a Grecia en 1912, tras la conquista de la metrópolis en la primera guerra de los Balcanes.

En 1917 un gigantesco incendio se ensañó con la ciudad, arrasando tres de cada cuatro manzanas judías

Atenas forzó con torpeza una helenización que damnificó a la población judía. Los hebreos debieron aprender un nuevo idioma, descansar los domingos en vez de los sábados o servir bajo bandera. Estas alteraciones de su estilo de vida centenario afectaron tanto a los sefardíes que sus líderes intentaron negociar, sin éxito, un estatus de autonomía para Salónica, hacerla una ciudad libre.

Una sucesión de desgracias

Para colmo, en agosto de 1917, un incendio gigantesco se ensañó con la urbe, base aliada durante la Primera Guerra Mundial. Iniciado en una cocina, el fuego arrasó un tercio de la capital, el más antiguo. Ardieron tres de cada cuatro manzanas judías. Sin hogar, sin trabajo y sin siquiera donde rezar, muchos emigraron. Los sefardíes iban dejando de ser mayoría.

Fue el inicio de una serie de calamidades. Los edificios nuevos ya no serían suyos, sino propiedad de vecinos griegos. La población helena, además, se multiplicó en 1923, cuando Atenas intercambió con Estambul cristianos por musulmanes. Se disparó la competencia por un empleo.

Un grupo de familias tras el ataque sufrido por los judíos de Salónica en 1931.

Empezó a haber episodios de . El incidente más grave tuvo lugar en Campbell, un barrio obrero judío asaltado y quemado en 1931 por dos mil exaltados. Hubo una víctima mortal, quinientas familias perdieron su casa y se profanaron decenas de sepulturas. Fue un leve anticipo del horror total. Porque, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, en 1941, el ejército alemán tomó el mando de la ciudad. Con él viajaba la Gestapo.

Como en tantos otros capítulos del Holocausto, primero se desposeyó a los judíos de derechos. Después se les confiscaron los bienes y se los confinó en un gueto. Allí, los trabajos forzados, las palizas, el hambre y las enfermedades los mataron a cientos. Hasta 1943, cuando comenzó a aplicárseles directamente la Solución Final. Los trenes salían de Barón Hirsch, un barrio contiguo a la estación ferroviaria. Su destino, Auschwitz-Birkenau.

Un par de cifras: en el gueto de Barón Hirsch se contabilizaron en torno a 56.000 judíos en febrero de 1943. Al cabo de la guerra no quedaban más de 2.000 en toda la ciudad.

Registro de los judíos de Salónica por los nazis en julio de 1942. Dick / Bundesarchiv

Regreso a casa

Algunos supervivientes permanecieron en Salónica. Otros, traumatizados, prefirieron poner distancia. Emigraron a diversos puntos de Europa, , Argentina o un flamante estado de Israel. Hoy hay unos 1.400 judíos en una ciudad que sigue siendo importante, el segundo puerto de Grecia tras El Pireo ateniense.

Algo más de 132.000 descendientes de aquellos sefardíes expulsados de España en 1492 solicitaron la nacionalidad peninsular en los cuatro años en los que estuvo abierto el plazo, de 2015 a 2019. No se han resuelto aún todas las peticiones, pero varios miles han podido ya regresar a casa. Algunos traen consigo incluso las llaves de aquellas cuyas puertas cerraron en Osuna, Toledo o Zamora hace medio milenio.

 

[Fuente: http://www.lavanguardia.com]

 

David King s’occupe de tout, de Joshua Cohen, raconte les déboires du propriétaire d’un business, Moving Kings, dans la métropole new-yorkaise. La vie de ce quinquagénaire originaire du New Jersey bascule lorsqu’il embauche un cousin et un camarade de celui-ci, tous deux récemment démobilisés après leur service militaire en Israël. EaN a pu s’entretenir par courriel avec l’auteur culte pendant son confinement chez lui à Brooklyn. Nous l’avons interrogé sur son roman, sa carrière, son New Jersey natal et sa vision de la littérature, à l’aune de notre lecture de ses articles rassemblés dans le recueil Attention(inédit en français).

Joshua Cohen, David King s’occupe de tout. Trad. de l’anglais (États-Unis) par Stéphane Vanderhaeghe. Grasset, 336 p., 20,90 €

Propos recueillis par Steven Sampson 

Joshua Cohen, ancien correspondant du Jewish Daily Forward en Europe et autrefois critique littéraire au magazine Harper’s, est célébré aux États-Unis pour ses articles, ses nouvelles et ses romans, dont deux pavés, Witz et Book of Numbers. Jeune, beau, prolifique, polyglotte et cosmopolite – il travaille entre Berlin, Israël et Brooklyn –, s’il se suicidait aujourd’hui (on ne le souhaite pas), il pourrait devenir le prochain David Foster Wallace.

David King s’occupe de tout, son deuxième roman traduit en français, a pour héros un homme autodestructeur. Sa vie est un enfer, le reflet de ce qu’il crée pour ses femmes, sa fille et ses clients : Moving Kings, son business (et le titre original du roman), fournit non seulement des services de déménagement et d’entreposage, mais confisque les biens des clients endettés. C’est donc une sale affaire que rejoignent les deux anciens soldats israéliens, impatients d’oublier la Cisjordanie, mais occupés de nouveau à occuper.

Quelle a été la genèse de ce roman ?

À l’origine, je voulais décrire des Israéliens dans le monde, suivre une unité entière pendant leur année à l’étranger, à la fin de leur service. Certains d’entre eux iraient en Asie, d’autres en Europe, d’autres encore en Afrique, etc. L’ampleur de cette dispersion aurait constitué une légère exagération. Après que j’ai travaillé sur ce schéma, les soldats que j’avais amenés en Amérique ont pris le dessus. L’histoire de la littérature juive est celle de la diaspora : je me suis dit qu’il était temps de décrire celle d’Israël, ces garçons qui partent de leur propre gré, et dont certains ne reviennent jamais.

Vous êtes américain et vous écrivez en anglais. Pourquoi parler des Israéliens ? Pour quel public ?

Pour qui j’écris ? Je n’en sais rien. Probablement pour les morts. Je crois que j’écris soit pour eux, soit pour la phrase elle-même : pour plaire à la phrase. Lorsque celle-ci est satisfaite, le paragraphe l’est aussi. Et ensuite la page, des pages, et le monde.

Cela me rappelle le personnage d’E. I. Lonoff dans L’écrivain fantôme de Philip Roth. On demandait souvent à Roth s’il se considérait comme un écrivain juif américain. Et vous ?

Je ne me soucie pas de cela, de cette idée d’Américains ou de Juifs : l’obligation de définir et de codifier les contours de leurs littératures respectives est ridicule. Imaginez si on posait ces questions sur quelque chose qui compte vraiment, par exemple la nourriture. Ce que j’appelle les « French fries » sont-elles vraiment françaises ? Un hamburger vient-il de Hambourg? Un frankfurter de Francfort ? Doivent-ils être préparés et consommés uniquement par des Hambourgeois et des Francfortois ? Je ne me suis jamais préoccupé de la race, de l’ethnie, de la religion, du genre ou de l’orientation sexuelle d’un chef. Les gens feraient mieux de consommer la littérature – même de manger cru un livre – plutôt que d’interroger l’identité d’un auteur.

La première phrase de votre roman a une sonorité biblique : « Vous les reconnaîtrez à leurs véhicules… ». Par cet incipit, s’inscrit-il dans la tradition juive ?

Ce livre fait partie de la tradition juive de la même manière que la source de cette citation, l’évangile selon saint Matthieu : « C’est à leurs fruits que vous les reconnaîtrez. » Le christianisme et le judaïsme font-ils une seule religion ? Jésus était-il sioniste ? Ma réponse : oui, le christianisme et le judaïsme sont la même religion, comme le Maroc, l’Algérie, la Tunisie et la Libye sont essentiellement le même pays que la France.

Ce roman a-t-il été influencé par votre enfance et votre adolescence dans le New Jersey ? Que pensez-vous d’autres représentations littéraires ou cinématographiques de cet État ?

C’est la rive de l’autre côté du fleuve, la terre non promise. Mais j’insiste sur le fait que je suis du sud : Atlantic City, le Jersey Shore. En termes new-jerseyesques, c’est le plus éloigné possible. C’est là où l’influence de la ville s’écroule dans le sable, vaincue par la mer. Cette partie de l’état a été négligée par la littérature – on la voit dans Atlantic City de Louis Malle, oui, et dans The King of Marvin Gardens de Bob Rafelson, mais pas en littérature. Je crois que l’isolement de l’endroit s’oppose au langage : l’Atlantique emporte le langage et nous interdit de réfléchir, de narrer, d’élaborer des intrigues.

Dans Woody et les robots de Woody Allen, le héros dit : « Je crois qu’il y a de l’intelligence dans l’Univers, excepté dans certaines parties du New Jersey. » Votre portrait de cet état, ici et dans Attention, a quelque chose d’infernal. Et puis ce roman s’achève dans un incendie.

Je ne crois pas à l’enfer. Et je n’arrive pas à imaginer ce à quoi je ne crois pas. À mes yeux, l’eschatologie se résume à une fuite – de haut niveau – devant la réalité. Le New Jersey que je décris est celui que je connais, il n’est pas dépourvu de qualités rédemptrices. Walt Whitman était un enfant du New Jersey, ainsi qu’Allen Ginsberg. Quant à Atlantic City, pendant presque deux décennies, l’été, Johnny Hodges et Wild Bill Davis jouaient régulièrement chez Grace’s Little Belmont sur la Kentucky Avenue. Là où Johnny Hodges et Wild Bill Davis jouent, on est sûr de ne pas être en enfer.

David King a grandi dans le New Jersey. A-t-il été éduqué comme vous, dans une « académie hébraïque » avant d’aller dans un lycée public ?

Jusqu’à ma bar mitzvah, j’étais à la Hebrew Academy du comté d’Atlantic. Anecdote amusante : les écoles à Atlantic City étaient si mauvaises – ou considérées comme telles par les riches – que la jeune Ivanka Trump a fait l’école maternelle chez nous. Cela serait-il à l’origine de son philosémitisme ? On faisait une demi-journée d’études juives – TanachMishnaGemara – et une demi-journée pour le reste. L’idéologie était sioniste, orthodoxe. Il fallait porter la kippa et éviter les filles. Je m’attirais pas mal d’ennuis. L’éducation de David King est moins formelle, c’est celle d’une génération plus ancienne : le fondement est essentiellement yiddish, alors que le mien est hébraïque. Chaque vendredi, il fallait écrire une lettre à Gorbatchev en lui demandant de libérer les Juifs soviétiques, pour qu’ils puissent émigrer en Israël : « Cher Gorbatchev, laissez mon peuple partir ! »

Comment voyez-vous ce déplacement du yiddish vers l’hébreu ?

David King est de la génération de mes parents, mais américain. Yoav et Uri sont plus proches de mon âge, mais israéliens. Je suis entre les deux, et c’est un endroit puissant pour l’écriture, qui me permet de les faire converser, de jouer le rôle du traducteur.

Vous avez étudié la composition musicale au conservatoire. Book of Numbers et Witz se lisent comme de longs poèmes. Votre vocation repose-t-elle sur la musique ?

Enfant, j’étais très musicien, passion approfondie par des études formelles, oui, avant mon effondrement mental, émotionnel et psychologique. Ce qui me reste de cette époque est un attachement pour le contrepoint, la polyphonie vocale, ainsi qu’un intérêt un peu abstrait pour la manière dont l’art peut structurer le temps. Cela dit, je me suis toujours méfié de la musique, même si je ne l’ai pas avoué avant de l’abandonner. Pour sa capacité de nous inonder d’émotion, de nous influencer jusqu’à tuer la pensée. Je suis trop sensible à cela : j’ai trop envie de « me rendre ».

Vous vous rendez moins dans ce roman, non ?

Chaque livre a ses exigences propres. Certains demandent de l’ampleur, d’autres de la concision. Ce qui importe, ce qui relève de la musique, c’est d’écouter ce que demande le matériau.

Book of Numbers et Moving Kings concernent des business, thème généralement absent dans la fiction contemporaine, selon Chris Kraus. Êtes-vous d’accord ?

J’aime le travail, c’est quelque chose d’important. Comment on fabrique, comment on gagne sa vie, la fierté ou la honte qui va avec, les familles alternatives dans lesquelles on s’emmêle. Le travail est une partie importante de la vie, c’est alarmant de constater à quel point sa présence est rare dans les romans. Le lecteur cherche-t-il à lui échapper ? Les écrivains ont-ils peu d’expérience du travail ? Ou est-ce qu’ils ne conçoivent pas leurs propres efforts comme du travail ? C’est mon cas, quand ça avance bien.

Y a-t-il une différence entre le travail en général et celui de l’écrivain ?

Je comprends que certains lecteurs s’intéressent au travail du romancier et qu’ils se dirigent donc vers l’autofiction. Pour ma part, je m’intéresse à d’autres métiers : lire sur les difficultés qu’il y a à enchaîner des mots m’ennuie à mourir (c’est quelque chose que j’ai essayé de transmettre et de ridiculiser dans Book of Numbers). En revanche, je suis capable de lire à l’infini sur des médecins, des avocats, des gantiers, des cordonniers, des charpentiers, des soldats, des membres du clergé, et, enfin, sur n’importe qui travaillant avec des chevaux.

En même temps, vous êtes fasciné par les mots, dont ceux de l’hébreu. Ce texte est-il un roman israélien écrit en anglais ?

Le casting est global, donc je dirais que c’est un roman new-yorkais. Alors que les New-Yorkais trouveraient peut-être que c’est un livre du New Jersey. Il y a des thèmes juifs, mais l’écriture est celle de la langue de la Bible du roi Jacques et de Monty Python. Le monde est suffisamment compliqué sans ajouter des étiquettes.

Pourtant, vous écrivez : « Mais les soldats […] n’étaient pas juifs, ou pas seulement juifs, – ils étaient, avant toute chose, israéliens ». Quelle différence entre le Juif et l’Israélien ?

Je laisserai cette question aux rabbins, qui ont tendance à répondre horriblement. Encore une fois, je ne crois pas aux étiquettes, mais plutôt au narcissisme des petites différences – ce qui explique pourquoi je ne m’« identifierais » pas comme freudien. Toute la vie est une lutte entre les identités qu’on revendique pour soi et celles qu’on nous impose. Ensuite on meurt. Mais les autres continuent pour l’éternité.

Selon le critique Harold Bloom, mort en 2019, Book of Numbers est l’un des quatre meilleurs romans juifs américains : « David King s’occupe de tout est un livre fort et plutôt blessant, ce qui aide à le valider. Book of Numbers est d’une puissance bouleversante. »

Bloom a été très gentil, et s’il a été blessé par ce roman, c’est parce qu’il y a trouvé certaines vérités : le judaïsme dans lequel il a grandi devenait méconnaissable. Cela dit, le judaïsme n’était qu’un cas limite, parce que toute la culture de sa jeunesse devenait méconnaissable. C’était un homme qui respirait la littérature ; pendant les dernières décennies de sa vie, il sentait que le philistinisme contre lequel il s’était toujours battu avait pris le dessus. Les nécrologies horribles qu’il a eues le confirment : on s’est moqué de lui, on l’a tourné en dérision, on l’a sorti comme les poubelles. Mais c’était un ange.

En quoi le judaïsme est-il un « cas limite » ? Quel a été le judaïsme de Harold Bloom ?

Bloom croyait que la politique avait saboté la tradition : contre les beautés de celle-ci, on épinglait les péchés du passé. Les Juifs, par ailleurs, n’ont jamais réagi comme ça, pas de manière sérieuse : ma grand-mère, bien que toute sa famille ait été assassinée par les nazis, aimait toujours la culture allemande. Je me sens plus à l’aise en parlant pour ma grand-mère que pour Bloom, donc je me limiterai à dire qu’ils ont partagé l’idée que l’assimilation pouvait être une force corrosive, si l’identité majoritaire prétendait remplacer, plutôt qu’accompagner, celles des minorités. Ma grand-mère pensait ceci de l’Allemagne : on a fait sentir au Juif qu’il devait quitter le judaïsme afin de devenir pleinement allemand. Et Bloom pensait ceci de l’Amérique : on a fait sentir au Juif qu’il devait quitter le judaïsme afin de devenir pleinement américain.

Quelles sont les manifestations contemporaines de ce « philistinisme » ?

Ouvrir votre fenêtre, sortir votre tête : voilà.

Vivian Gornick affirme que le roman juif américain est mort, parce qu’il dépendait d’un sentiment d’exclusion maintenant dépassé. Cela expliquerait-il le changement d’ambiance, du yiddish vers l’hébreu ?

Vivian Gornick, qui, la dernière fois que je l’ai vérifié, était plus vivante que sa conception du roman, ne se sent-elle pas exclue ? Pour une nouvelle, c’en est une ! Pense-t-elle que son style de critique et même son style de féminisme prospèrent ? Il n’y a pas de roman juif américain, il n’y a que des romans : ils ne mourront que quand les romanciers mourront, et non les derniers critiques ou les derniers lecteurs. Ce qui m’amuse, c’est que sa critique quasi gauchiste rejoint celle des sionistes de droite qui ont prononcé l’acte de décès de l’art de la diaspora juive à cause de la naissance d’Israël. La dernière fois qu’on a émis ce jugement avec la moindre conviction, ce fut dans les années 1950, même si des écrivains israéliens tels que A. B. Yehoshua continuaient à le répéter machinalement pendant les carrières de Bellow, Roth, Malamud et Ozick, pour ne pas évoquer Woody Allen (est-il permis d’évoquer Woody Allen ?) ou les frères Coen – aucun lien familial. On a dit la même chose lorsque I. B. Singer est parti à Stockholm recevoir son Nobel et pérorer en yiddish, et c’est étonnant que ce raisonnement existe encore, après que l’académie suédoise a honoré Dylan. C’est Idiot WindTangled up in its own blueness [jeux de mots d’après les titres de deux chansons de Dylan]. Pas Gornick, mais gornisht [« rien », en yiddish].

David King s’occupe des déménagements. Est-ce un commentaire sur le Juif errant ? Avez-vous fait des recherches ?

Oui. Comme vous le suggérez, la résonance est probablement trop évidente : errer ; être sans foyer ; dépossession ; perte ; vos seules possessions sont vos souvenirs. Moving Kings était basé sur plusieurs business, dont tous risquent un jour de me faire un procès.

David King passe beaucoup de temps dans le Queens. Dans la même veine, la citation mise en exergue au début du roman, tirée du psaume 32, sert-elle à évoquer le roi David ?

Oui, j’ai voulu intégrer la légende du roi David et Batchéva, Yoav et Uriah, selon le schéma d’une certaine possessivité juive. Mais allez ! C’est le travail du critique de porter les cartons et de les déballer.

La description d’Israël est convaincante. C’est du vécu ?

J’ai grandi en allant régulièrement en Israël, pour rendre visite à ma famille, ou pour mes études. J’y vais encore chaque année, s’il n’y a pas de confinement. Mais ma connaissance d’Israël a moins compté pour ce livre que mon expérience avec les Israéliens à l’étranger, à New York, dans le New Jersey, et surtout en Europe. J’ai quitté les États-Unis à vingt ans, juste avant ce qu’on appelle en Europe le « 11-Septembre » (tout est inversé !). J’habitais un autre siècle : traverser l’ancien bloc de l’Est, des Balkans à la Baltique, faire des reportages pour le Jewish Daily Forward, qui, malgré son nom, était un hebdomadaire. C’était une époque solitaire, très solitaire. « SAD », comme dirait Trump. J’étais un « LOSER » ! Mais je savais ce que je faisais : j’améliorais mon écriture en aggravant ma vie. Je m’obligeais à devenir romancier. Loin des pairs. Loin de l’industrie. Dans les villes et les fosses septiques qui ont nourri mes ancêtres et par conséquent la culture dans laquelle j’ai été élevé. Je devais écrire deux articles par mois pour The Forward – deux articles qui payaient mon loyer. C’est-à-dire, jusqu’à ce que l’UE se soit levée et que tout devienne propre, cher et luisant. La plupart de mes amis étaient israéliens, surtout à Berlin, qui était à l’époque la ville où il y avait le plus d’Israéliens (en pourcentage) en dehors d’Israël. Il s’agissait de garçons tout juste sortis de l’armée, jeunes, fauchés, drogués et libidineux. L’un d’entre eux prétendait avoir été dans un club de strip-tease à Prague avec Mohammed Atta : « Un gars sympa ».

Votre portrait d’Israéliens fait penser à Opération Shylock et à Portnoy. Dans ce dernier livre, le héros se fait humilier sexuellement par deux soldates. Dans la scène avec Yoav et Tammy, vous inversez l’équation. L’érotisme met-il en lumière la différence entre Juif et Israélien ?

Le sexe est l’une des façons les plus agréables de se naturaliser en pays étranger, bien sûr. Le sexe, et être chauffeur de taxi.

Imamu Nabi, le musulman (converti) sans abri, fonctionne ici comme une sorte de deus ex machina. Là aussi, on pense à Roth, au personnage de Lester Farley dans La tache. Roth vous a-t-il influencé ? Comment avez-vous conçu ce personnage ?

Roth est incontournable. C’est un peu votre oncle préféré que vous auriez voulu avoir comme père, jusqu’à un certain âge… Puis vous arrivez à vraiment apprécier votre père. Quant à Imamu Nabi, j’avais travaillé avec quelqu’un comme lui dans les casinos, au Resort’s, à Atlantic City, la ville où il y avait le plus de propriétés saisies pendant quelques années après la crise de 2008. Je n’avais pas entendu parler de lui pendant très longtemps, puis, en 2010 à peu près, je l’ai vu dans le journal : la banque avait saisi la maison de sa mère et il l’avait incendiée.

Vous avez écrit qu’on est tous écrivains à cause d’Internet, qui crée « un excès de distraction ». En 2018, au MAHJ, on a présenté un texte, PCKWCK, que vous avez écrit en quarante-huit heures en échangeant avec des internautes. Que cherchiez-vous à réaliser ?

Comme prévu, ça m’a rendu fou. Ce fut une première mondiale pour un roman écrit en live. J’ai été étonné que les gens croient que j’étais sérieux, que je ne me moquais pas d’Internet, de sa vanité artistique, induite par son appétit implacable de « contenu ».

Quels écrivains ont compté pour vous ? Lisez-vous le yiddish ou l’hébreu ?

Yoram Kaniuk a été important pour moi, comme romancier et comme ami. Je lis l’hébreu, pas le yiddish. Et j’ai fait des traductions depuis l’hébreu, plutôt de la poésie, dont les poèmes de Yitzhak Laor.

Selon vous, les modernistes ont cherché à imposer forme et structure à leurs personnages et donc destin, plutôt que de laisser celui-ci naître de leur « nature » essentielle.

Cela relève des années 1960 et 1970, de la « contre-culture », la génération en Amérique qui cherchait un plan secret ou un schéma – la génération de la paranoïa et de la conspiration. Aujourd’hui, tout cela me semble pittoresque. Tellement vieillot. Parce que, soyons honnêtes, à l’époque du piratage, qu’est-ce qui est caché ? Qu’est-ce qui est encore suspect ? Pour le dire autrement : si pour Pynchon, la question était : « est-ce vrai ? », pour moi, la question aujourd’hui est : « comment le vivre ? » Mon objection principale à propos de certains romans importants des années 1960 et 1970 concerne la netteté et la logique de leurs cabales : on part toujours en quête d’une source, d’une explication, d’une intention, d’un but. C’est presque religieux, comiquement religieux, cette chasse pour savoir qui ou quoi nous contrôle. Ce n’est qu’une façon d’éviter, de nier le désordre fondamental du monde. Et sa stupidité. Pensez à ce concept américain de l’État profond, ou aux émotions et aux attentes que les Américains sous Trump y ont investies. C’est poignant. C’est « triste », comme Trump le dirait lui-même. Qu’autant de gens, même des gens qui se définissent comme des « libertaires », espèrent publiquement être protégés par le FBI ou la CIA ou la NSA – que le FBI ou la CIA ou le NSA organisent un coup d’État. Ou cette idée selon laquelle les militaires seraient suffisamment « responsables » et « professionnels » pour empêcher Trump de faire quelque chose de catastrophique. Cette notion idiote des « adultes présents dans la pièce ». Chaque jour, il me paraît plus évident qu’il n’y a pas d’« adultes », il n’y a même pas de « pièce ». Il n’y a que du chaos. Pour revenir aux livres, je dirais que, dans cette génération, c’est DeLillo qui a le mieux compris tout cela. Il sait que ses phrases doivent fournir le galbe et la clarté formelle dont manque notre gouvernance.

En quoi les phrases de DeLillo sont-elles meilleures ? 

J’entends ses rythmes, sa musique. C’est du pur parler new-yorkais, de la rue, pas mâché. Et ses virgules sont aussi efficaces pour interrompre la signification que le sont des klaxons.

Et DeLillo, contrairement aux autres, ne verse pas dans la paranoïa ?

Au début, il était préoccupé par la paranoïa et les complots, mais jamais en soi : il s’intéressait à leurs effets sur les gens. Chez lui, cela prend un aspect religieux : qu’est-ce que cela signifie qu’on vous cache la vérité ? Et lorsqu’on arrête d’y croire, pour quelle raison devrait-on vivre ?

Donc, les destins des personnages ici ne dépendent pas de forces cachées et mystérieuses.

Dans David King s’occupe de tout, j’ai cherché à éviter tout secret. Je ne voulais même pas cacher une métaphore. Au contraire, je voulais tout étaler. Avec un homme ayant servi dans l’armée occupante en Palestine – qu’il n’aurait jamais appelée « Palestine », bien entendu –, qui déménage à New York, y trouvant un nouveau métier comme déménageur, voire déménageur/expulseur dans les arrondissements extérieurs. La métaphore est là non seulement pour le lecteur – même le mec, mon héros, la pige. C’est lui qui entend la rime entre les deux situations, les deux contextes de la – disons – dépossession. C’est lui qui doit vivre cette rime. C’est juste devant sa gueule. C’est quotidien. Et donc il doit faire face – il doit interroger ses certitudes, peser ses actions. Savoir pourquoi une personne se politise, comment, où et quand, lorsqu’elle commence à affronter les implications morales et éthiques de son travail, cela me semblera toujours plus intéressant, parce que plus familier, que de me demander : « Puis-je identifier les systèmes manipulateurs et globaux à l’œuvre dans les coulisses ? »

Vous dites qu’Israël est le seul sujet juif contemporain, le seul qui ne soit pas kitsch. Pourquoi?

Parce que c’est une entreprise viable. Ce n’est pas fini. Ce n’est pas historique. C’est maintenant et c’est vivant.

Dans Attention, vous évoquez la réitération, un aspect de l’hébreu et d’autres langues sémites, engendrée par la narration du Déluge, celle-ci composée de sources multiples ou de multiples strates d’une source. Visez-vous cet effet dans votre écriture ?

J’ai toujours admiré les romans qui racontent en redisant, à travers des voix multiples. Seul le roman peut le faire : la polysémie ; la création de personnages par les seuls dialogues, via des récits conflictuels, des mondes en concurrence. Le lecteur est l’unique gagnant.

Votre parcours professionnel paraît démodé : au lieu de faire une école d’écriture créative, vous avez travaillé comme journaliste et critique. Quel effet cela a-t-il eu sur votre fiction ? 

J’étais idiot, et je le suis encore. J’ai cru à tout ce que j’ai lu : que l’Histoire était le meilleur guide pour le présent et l’avenir. Si les romanciers du passé avaient produit de la non-fiction pour subvenir à l’écriture de leurs romans, alors je ferais pareil. C’était du travail de « la main gauche », qui a rapidement requis ma main droite. Et qui a éventuellement pris en charge ma vie. Pour l’écrivain de fiction, la non-fiction est l’endroit où vous allez pour enterrer le self, pour cacher vos secrets comme s’ils étaient des os ; pour les écrivains de non-fiction, c’est le contraire. Et j’en ai toujours eu honte. Parce que, même si tout dans ma non-fiction est vrai et vérifié, l’impulsion est fausse. On doit obscurcir l’impulsion, la motivation.

Après Witz et Book of Numbers, il me semble qu’avec David King vous délaissez le « roman de systèmes », pour citer Tom LeClair. Comptez-vous continuer dans ce sens ?

Je ne suis pas d’accord : s’il y a un problème avec David King s’occupe de tout, c’est qu’il est trop « systémique ». Quant à l’avenir, je n’ai pas de projets, si ce n’est d’écrire des livres de la manière dont ils doivent être écrits.

Pour revenir à Pynchon, il y a quand même un truc : la musique. Quelles que soient vos réserves, votre prosodie ressemble à la sienne.

J’admire Pynchon, absolument, mais je ne souhaite pas qu’on nous range ensemble, et encore moins avec Foster Wallace : la longueur ne veut pas dire l’affinité et, contrairement à eux, j’ai aussi écrit quelques livres plus courts.

Selon l’un de vos articles, L’arc-en-ciel de la gravité a été écrit sur du papier quadrillé, des cigarettes Kool, avec du café et des cheeseburgers à Manhattan Beach. Comment et où avez-vous écrit ce roman ?

De la même manière que j’écris tout : je l’ai rédigé à la main avec une plume, sur des feuilles volantes dans un classeur. Je l’ai écrit à New York, à Berlin et à Tel Aviv. Cela m’a pris environ six mois. Cigarettes, oui, café, oui, pas de cheeseburgers. Peut-être des sandwiches au fromage fondu.

J’insiste : dans Attention, le chapitre sur Pynchon est passionnant. On y voit votre fascination pour le projet moderniste (mouvement essentiellement non juif). Dans ce roman sur un roi (« King »), auriez-vous cherché à réconcilier deux traditions, l’une et l’autre aristocrates ?

Vraiment, je ne suis pas en train d’esquiver vos questions sur Pynchon. C’est juste que je ne l’ai pas lu depuis un moment. Si nous avons quelque chose en commun, à part du superficiel, je suppose qu’on peut le trouver chez Nabokov [Pynchon a apparemment eu Nabokov comme professeur à l’université de Cornell]. Voilà une aristocratie que je pourrais appuyer, d’autant plus qu’elle serait essentiellement auto-inventée et volontaire.

L’un des chapitres d’Attention – intitulé « Israel Diary » – se termine par la phrase suivante : « Je suis oncle. » Tel David King, qui semble un oncle par rapport à son jeune cousin. Ce roman avunculaire rappelle la Genèse et la figure d’Abraham.

J’aime la figure avunculaire, aussi bien que celle du sandak, le parrain juif, celui qui tient l’enfant mâle pendant la bris [la cérémonie de la circoncision] et qui est responsable de son éducation religieuse. Je dois confondre les deux figures parce que mon oncle Danny était mon sandak. Il est mort juste après la publication de David King s’occupe de tout. Il gérait un quai de pêche et travaillait sans cesse : les poissons ne dorment jamais. Il y a un peu de lui, c’est-à-dire plus qu’il n’aurait voulu, dans David King.

À part DeLillo et Nabokov, y a-t-il des écrivains anglophones qui ont compté pour vous ?

Je déteste les listes. Est-ce Borges qui a dit qu’une liste n’est intéressante que par ce qu’elle omet ? Pour les seuls Américains, disons Nathaniel West et Henry Roth, et restons-en là.

[Photo : Beowulf Sheehan – source :www.en-attendant-nadeau.fr]

El mundo de la escritura se encendió en los últimos días en un profuso debate sobre la liberación de copias de libros virtuales. Las escritoras cordobesas Camila Sosa Villada y Teresa Andruetto fueron parte activa de la discusión en redes. Qué opinan especialistas.

Escrito por Javier Mattio

Junto a la expansión del nunca del todo asimilado libro digital, la pandemia motivó la liberación de ejemplares virtuales encendiendo de nuevo una polémica que lleva años y que empuja a abrir debates. Los límites entre gratuidad, comunidad online, piratería y violación de derechos de autor son casi invisibles e intensifican las fricciones en un escenario de encierro, conexión en red y miseria económica.

Ya a comienzos de marzo, cuando diversas editoriales (multinacionales y autogestionadas) liberaron ejemplares con consignas como #YoMeQuedoEnCasaLeyendo o #Leamosencasa, las aguas comenzaron a dividirse entre autores que decidieron voluntariamente regalar algunos de sus libros (Felipe Pigna, Claudia Piñeiro) y otros que se negaban rotundamente a hacerlo (Florencia Canale, Fernanda García Lao). 

Los argumentos de los primeros –compartidos por instituciones como la fundación El Libro, que organiza la Feria del Libro y la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires- giraban en torno a la excepcionalidad de la cuarentena; los segundos apuntaban a defender el trabajo rentado del escritor y a cuestionar las estrategias de marketing editoriales en un panorama de precarización autoral y crisis sectorial. Si la industria ya venía en caída libre –la Cámara Argentina del Libro registró una baja de casi el 50 por ciento en la publicación de ejemplares desde 2016 para acá-, la pandemia no ha hecho sino agudizar el estado de cosas: en abril de este año la producción se redujo a la mitad con respecto a abril de 2019 a la vez que se paralizan las cadenas de pagos, se suspenden eventos-claves y se cierran librerías. En ese contexto alarmante surge un dato ilustrativo y es que la producción de e-books fue por primera vez mayor a la de libros de papel.

Con más razón aún, la discusión en torno a regular la circulación de libros virtuales –de manera más o menos flexible- se torna indispensable y pide la intervención de escritores, lectores, sellos, el Estado e instituciones culturales y educativas. 

Discusión álgida

El conflicto latente entre partes se hizo mucho más álgido en los últimos días, cuando Camila Sosa Villada cuestionó desde su cuenta de Facebook la disponibilidad sin autorización para la descarga de su trabajo por parte del grupo Biblioteca Virtual de la misma red social, que también había difundido PDFs de autoras como Samanta Schweblin y Mariana Enríquez, así como de best sellers globales y clásicos.

“Ustedes robaron para un grupo de quince mil personas los únicos dos textos por los que hice una diferencia por mi trabajo como escritora: El Viaje Inútil y Las Malas. No es menor lo que han hecho. Con el dinero de esos libros, por primera vez pude pensar en otras cosas, además de sobrevivir”, escribió la autora y performer en un posteo reciente. 

Selva Dipasquale, administradora de Biblioteca Virtual, respondió al embate: “Parece que hay que volver a aclararlo, la Biblioteca Virtual es un lugar para disfrutar, compartir y difundir. Es un espacio público, una biblioteca pública. A las personas que presentaron objeciones, dejen de preocuparse por los pdf, que no tenemos impresora, ni plata para la tinta, ni tiempo para descargar ni leer tantos libros. Es solo una ilusión, un deseo”, advirtió. 

Acceso a la lectura

Referentes como Elsa Drucaroff, Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Julián López y Dolores Reyes y entidades como la Unión Argentina de Escritoras y Escritores denunciaron el gesto como piratería, mientras que otros –como había pasado antes- señalaron los tratos injustos de la industria y privilegiaron al lector.

“Los derechos de autor son necesarios, especialmente para defender a los escritores de la voracidad de las empresas editoriales. Los derechos de autor, en cambio, no están ni deberían estar pensados para limitar el acceso a la lectura (…) ¿Quiénes fundaron y sostienen las bibliotecas –populares, públicas–, que tanto han hecho por la lectura en la Argentina? Lectores, indudablemente. Gente que ama leer y que quiere compartir su pasión con otros. Lo mismo ocurre con quienes comparten libros digitales”, escribió Sergio Olguín en una columna en Clarín

María Teresa Andruetto, de prestigiosa trayectoria local como activista de la lectura, escribió en Facebook: “Los lectores leemos de prestado, los lectores vivimos prestando (y perdiendo) libros y yendo a bibliotecas y comprando usado y leyendo PDF o e-books o fotocopias, además de hermosos libros en papel, cuando podemos comprarlos. Muchos lectores no pueden pagar los libros, o por lo menos no pueden pagar tantos libros como quieren/necesitan leer. No es de ahora, es de siempre (…) La lectura siempre estuvo asociada al préstamo, al usado, a la biblioteca, a la circulación subterránea, ilegal, secreta. Esa es una parte de las prácticas reales de lectura en nuestro país”.

Vislumbradas las aristas argumentales en curso –que han virado también a si la escritura debe o no entenderse como trabajo rentable-, queda mucho por hacer en cuanto a la precisión de las dimensiones del derecho de autor y el acceso a la lectura, lo que exige asimismo atender a los canales donde se entabla la conversación. Tanto las redes sociales (privadas) como el ámbito legislativo resultan desesperadamente limitados como espacios participativos. La búsqueda de condiciones de producción, distribución y recepción más equitativas amerita foros de mejor comunicación, responsabilidad y calidad al nivel de la transformación crítica de la actividad. 

A continuación, el análisis de dos especialistas en el tema. 

Las preguntas que deberíamos hacernos

Por Beatriz Busaniche, presidente Fundación Vía Libre, magíster en Propiedad Intelectual de FLACSO

Es indispensable dar la discusión evitando posturas maniqueas. El problema más grande es que se discute desde las tripas y no desde la información y el estudio del derecho de autor. Otro problema es que la discusión se da entre partes interesadas y se pierden voces de bibliotecas, de la educación, del mundo académico, museos, archivos y organizaciones barriales. Parece que todo fuera una puja entre lectores y autores, de consumidores piratas frente al mundo de la cultura. La industria cultural es parte de la cultura, pero no es toda la cultura ni mucho menos la única voz autorizada para hablar de cultura. Hay una gran comunidad de personas que nunca son escuchadas en esta discusión, que no tienen la visión materialista o rentística de la cultura, de la propiedad intelectual en términos de propiedad como bienes tangibles. 

Otro de los problemas es que se mimetizan autores e industria. Cuando los autores que se quejan por la gratuidad no cobran lo que probablemente deberían cobrar, o no tienen un salario digno o una relación digna de ingresos o seguridad social ni derechos laborales están mirando entonces el lado equivocado. Los lectores no firmamos contratos con ellos sino que somos eventualmente quienes accedemos al producto de su trabajo, ya sea que lo vayamos a comprar, nos lo regalen, lo veamos en una biblioteca y demás. Otro cliché es “el derecho de autor es el salario del autor”. Lo cierto es que la propiedad intelectual y los derechos salariales son elementos de naturaleza jurídica distinta. El sistema de propiedad intelectual no es un sistema salarial. ¿Cuál es la condición laboral de los autores? Esa es la pregunta que tenemos que hacernos, porque en función de la respuesta podremos cargar las tintas sobre los puntos reales donde está la explotación.

La explotación no la hacemos quienes recomendamos un libro o compartimos un autor con estudiantes. Nosotros no tenemos responsabilidades laborales. Si el autor se considera un trabajador de la cultura, entonces quizás tenga que empezar a pensar en términos de derechos y repensar el modelo contractual con la industria, donde es el eslabón más delgado de la cadena. Hay que darse un debate profundo sobre cómo cumplir con las tres patas de los derechos culturales: el acceso, la participación cultural y el otorgar a autores e inventores un nivel de vida digno. Es el fin de derechos culturales reconocidos en los derechos humanos.

Hay que discutir sobre producción editorial

Por Alejandro Dujovne

Doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet

El affaire PDFs tocó y tensionó aspectos centrales del funcionamiento del mundo del libro argentino y no solo argentino. Distinguir algunos de esos núcleos permite corrernos de las reacciones exacerbadas y dar paso a una discusión acerca de las formas de producción editorial, literaria e intelectual en nuestro país.

Primero, la literatura concebida como « arte puro » o como « trabajo »: esta oposición, que nace en Europa a mediados del siglo XIX, no es, como puede sonar a priori, una discusión abstracta. Implica debatir sobre el ingreso y subsistencia de quienes deciden y pueden dedicarse a la escritura, sobre el proceso de profesionalización y el estatus laboral del escritor con relación al mercado y al Estado. Buena parte de quienes sostienen que ser escritor es un trabajo no niegan que también sea arte, sino que no están dispuestos a ceder la dimensión laboral que los hace susceptibles de contar con marcos legales y económicos similares a los que regulan otra clase de trabajos. En este punto se juegan, por supuesto, las dimensiones del mercado. Un mercado empobrecido como el argentino, que además ha perdido mercados externos, conspira contra la posibilidad de que más autores y autoras pueden tener un ingreso relevante a partir de su obra.

Segundo, el acceso y el derecho a la cultura frente al derecho de quienes producen: planteada así, sin adentrarse en las condiciones de producción y circulación en Argentina, esta oposición lleva a una discusión inconducente y destructiva: « como en la Argentina los libros son caros y hay pocas librerías en gran parte del país, entonces liberemos los libros de forma digital », dicen quienes llevan al límite la primera postura sin distinguir la clase de libros y autores que se comparten. Esa idea supone desentenderse de los autores, traductores, editores, diseñadores, distribuidores y libreros detrás de la existencia y calidad de los libros. Presentada en estos términos, la discusión esquiva problemas estructurales que atañen al derecho a la lectura como el oligopolio en la producción del papel y su impacto en el precio de los libros, la ausencia de políticas públicas de promoción de librerías en el territorio nacional, las formas de potenciar el rol de las bibliotecas o el mejor uso de las tecnologías digitales.

Tercero, algunos de los argumentos más enfáticos presentaban a la libre circulación de PDFs como un acto de justicia frente al poder económico y las prácticas de los grandes grupos. Más allá de que los modos reales de encarar el problema de la concentración editorial en la Argentina sean de otro orden y exijan tiempo y trabajo político y que esta postura atente contra los autores, lo cierto es que parte de los libros que circularon sin autorización fueron publicados por editoriales independientes. Podríamos sumar más puntos a esta breve enumeración, pero creo que son suficientes para advertir la importancia de avanzar en discusiones de fondo y evitar quedar atrapados en posturas maniqueas que solo llevan a reforzar creencias previas.

[Fuente: http://www.lavoz.com.ar]

Os enfermeiros são apenas a parte mais visível, durante esta pandemia, de toda uma classe de trabalhadores superexplorados do cuidado. Parece apropriado dedicar a essa ‘nova classe trabalhadora’ este 1º de maio.

Escrito por Slavoj Žižek

Talvez tenha chegado o momento de darmos um passo atrás em nosso foco exclusivo na epidemia do novo coronavírus e nos perguntarmos o que a pandemia e seus efeitos devastadores revelam a respeito de nossa realidade social.

A primeira coisa que chama a atenção é que, em contraste com o lema barato de que “estamos todos no mesmo barco”, as divisões de classe explodiram. No andar mais baixo (da nossa hierarquia social) há aqueles tão destituídos que o vírus em si não constitui o problema principal (refugiados, pessoas enredadas em zonas de guerra). Enquanto estes ainda são em larga medida ignorados pela nossa mídia, somos bombardeados por celebrações sentimentais aos enfermeiros na linha de frente da luta contra o vírus – a Força Aérea Real inglesa chegou inclusive a organizar um desfile aeronáutico em homenagem a esses profissionais da saúde. Mas os enfermeiros são apenas a parte mais visível de toda uma classe de trabalhadores do cuidado explorados – ainda que não da mesma maneira que a antiga classe trabalhadora do imaginário marxista clássico é explorada. Nas palavras de David Harvey, eles constituem uma “nova classe trabalhadora”:

“A força de trabalho que se espera que cuide dos números cada vez maiores de doentes, ou forneça os serviços mínimos que permitem a reprodução da vida cotidiana é, via de regra, altamente generificada, racializada e etnicizada. Essa é a ‘nova classe trabalhadora’ que está na linha de frente do capitalismo contemporâneo. Seus integrantes precisam suportar dois fardos: eles são os mais expostos ao risco de contrair o vírus ao realizarem seus trabalhos, e ao mesmo tempo os mais propensos a serem demitidos sem nenhuma compensação por conta das medidas de contenção econômica introduzidas pelo vírus. A classe trabalhadora contemporânea nos Estados Unidos – composta predominantemente de afro-americanos, mexicanos e mulheres assalariadas – se encontra diante de uma escolha terrível: entre sofrer contaminação no processo de cuidar das pessoas e manter abertos formas-chave de provisão (tais como mercados de alimentos), ou desemprego sem benefícios (tais como atendimento à saúde).”1

É por isso que na França explodiram revoltas nas periferias pobres situadas a norte de Paris, onde moram as pessoas que servem aos ricos. Nas últimas semanas, Singapura também vem registrando um aumento vertiginoso nas infecções de coronavírus em dormitórios de trabalhadores estrangeiros:

“Singapura abriga cerca de 1.4 milhões de trabalhadores migrantes provenientes em larga medida do sul e sudeste asiáticos. Na condição de faxineiros, cuidadores domésticos, trabalhadores de construção e trabalhadores manuais, esses migrantes são essenciais para manter a cidade em funcionamento – mas são ao mesmo tempo algumas das pessoas mais mal pagas e mais vulneráveis da metrópole.”2

Essa nova classe trabalhadora sempre esteve aqui, a epidemia apenas a tornou mais visível. Peguemos o caso da Bolívia: embora a maior parte da população boliviana seja indígena ou de etnia misturada, até a ascensão de Evo Morales essa enorme parcela da sociedade era efetivamente excluída da vida política, reduzida a uma maioria silenciosa do país que realiza seu trabalho sujo nas sombras. O que aconteceu com a eleição de Morales foi o despertar político dessa maioria silenciosa que não se encaixava na rede de relações capitalistas. Ainda não eram proletários no sentido moderno, permanecendo imersos em suas identidades sociais tribais pré-modernas – foi assim que Álvaro García Linera, o vice-presidente de Morales, descreveu a sina dessa população:

“Na Bolívia, os alimentos eram produzidos por agricultores indígenas, as casas e as construções eram erguidas por trabalhadores indígenas, as ruas eram limpas por indígenas, e a elite e as classes médias delegavam a eles o cuidado de seus filhos. No entanto, a esquerda tradicional parecia alheia a isso, ocupando-se apenas com os trabalhadores na indústria de larga escala e deixando de atentar para sua identidade étnica.”3

Para designar essa classe, Bruno Latour e Nikolaj Schultz cunharam o termo “classe geossocial”4. Muitos desses sujeitos não são explorados no sentido marxista clássico de trabalhar para os detentores dos meios de produção; a exploração se dá na forma pela qual se relacionam com as próprias condições materiais de suas vidas: acesso a água e ar puro, saúde, segurança… Mesmo não trabalhando para empresas estrangeiras, a população local é explorada quando seu território passa a ser utilizado para agricultura de exportação ou mineração intensiva: são explorados no simples sentido de serem privados do uso pleno do território que propiciava a manutenção de seus modos de vida.

Pegue o caso dos piratas somalis: eles recorreram à pirataria porque sua costa marítima estava completamente exaurida de peixes por conta das práticas de pesca industrial realizadas por companhias estrangeiras lá. Parte do seu território foi apropriado pelos países desenvolvidos e utilizado para sustentar o nosso modo de vida. Latour propõe substituir, nesses casos, apropriação de “mais-valor” por apropriação de “mais-existência”, onde “existência” se refere às condições materiais da vida.

Então descobrimos agora, com a epidemia viral, que mesmo com as fábricas paralisadas, a classe geossocial de cuidadores precisa continuar trabalhando – e parece apropriado dedicar este 1o de maio a eles ao invés de à classe trabalhadora industrial clássica. Eles são os verdadeiros super-explorados: explorados quando trabalham, visto que seu trabalho é em larga medida invisível, e explorados inclusive quando não trabalham; explorados não são apenas através do que fazem, como também em sua própria existência.

O sonho eterno dos ricos é o de um território totalmente separado dos aposentos poluídos das pessoas comuns – basta lembrar de muitos blockbusters pós-apocalípticos como Elysium (2013), de Neil Blomkamp, que se passa no ano de 2154 em uma sociedade na qual os ricos vivem em uma gigantesca estação espacial enquanto o resto da população vive em um planeta Terra que parece uma enorme favela latino-americana. Esperando algum tipo de catástrofe, os ricos estão adquirindo refúgios na Nova Zelândia ou renovando bunkers nucleares da Guerra Fria nas Montanhas Rochosas, mas o problema com a epidemia viral é que não é possível se isolar completamente – tal como um cordão umbilical que não pode ser totalmente rompido, é inevitável um vínculo mínimo com a realidade poluída.

[Tradução: ARTUR RENZO – fonte: http://www.blogdaboitempo.com.br]

Kaptan-ı Derya : Barbaros Hayrettin Paşa

Prezentado por Sharope Blanco

Estave pensando sovre ke koza eskrivir mi eskrito de oy kuando supito me vino al tino ke ayer estava azyendo bushkadas sovre un gran personaje de la historia, en el siglo XVI egzaktamente, del kual se trata tambien en ALMENDRA. Me vash a demandar ken es o kualo es ALMENDRA… ALMENDRA es la protagonista de mi novela ke se desarrola en el Imperio Otomano al siglo XVI – una novela historika de aventuras i de amor sovre las famiyas judiyas ke fueran expulsadas de Sefarad – una grande partida fue escrita ma no termino todavia…

El personaje es Khizir Reis, Barbaros Hayrettin Pasha, el KAPTAN-I DERYA ke es el komandante supremo de las fuersas navales del Imperio Otomano. Es muy konosido en los entornos de la mar Mediterrannea kon su nombre BARBAROS ke signifika barva kolorada….En fakto era el nombre ke davan a su ermano Oruc Reis ke era ruvyo i lo yamavan Barbaros, ma kuando fue prizonario i lo mataron, Hizir Reis se apropriyo del nombre.

Veremos endjuntos ken era esta persona ke solo su nombre aziya tremblar puevlos i payizes enteros !

Aviya konkistado TUNIS i ALGERIA i era el monarko de estos payizes al norte de Afrika antes mizmo de azer un akordo kon el sultan otomano para ser a la kavesa de las fuersas navales.

Yakup Aga, su pade, un kavalyero albanezo de origen, desho SEFARAD en 1492 pormodo de los progromes ke los espanyoles aziyan a los muzulmanos tambien i yego a la izla de Lesbos (Mitilini oy en dia en grego i Midilli en turko). Su madre, Katerina, era bivda de un saserdote grego ortodokso. Nasyo en Lesbos en 1478. Eran tres ermanos i dos ermanas… Los ermanos eran todos marineros i al empesijo, ayudaron sus padres en su manufakura de poteriyas kuando desho la armada otomana. Su ermano Oruc Reis fue el ke le ambezo pirateriya para guerreyar kon los Kaballeros del Templo. Kombatyeron enjuntos i se izyeron muy famozos. Sus ermano Ilyas Reis era pirato kon eyos. El ijo de Barbaros, Hasan Pasha, era tambien una grande marinero komo su padre… Su ermano Ilyas fue assasinado por los Kabaleros de St. John, i su ermano Oruc tambien fue sus prizonero en la forteressa de Bodrum, fina ke Hizir Reis vino a salvarlo de aya. El Shehzade Otomano (titro ke se da al eredero del trono otomano) dyo a Hizir 18 galeras para kombatir los Kabaleros de St. John ke no deshavan en repozo las naves otomanas.

Hizir i su ermano Oruc Reis se fueron a Egypto i empesaron a defender las izlas mediterranneas i DJERBA, en partikular, ande establesyeron sus baza.

Barbaros guerreyo sovretodo kon los espanyoles i les izo eskupir sangre ande los viya para vengarse de lo ke le izyeron a su padre. El imperyo sakrado romano i los venezianos eran su enimigos i lo konosen por su grande viktorya kontra Andrea Doria en PREVEZE i sus batalyas kon los kavalyeros de San John. Su aliansa kon el sultan otomano avriyo los kaminos en mar a los muzulmanos. Los espanyoles no puediyan mas atakar las naves ke partiyan de Espanya a las kostas nortes de Afrika.

Kombatyo las naves inglezas, forteresas en CEUTA, Jijel, Cape Passero en Sicilya i Reggio Calabria en el sud de a parte de todas las kostas del norte de Afrika.

Oruc Reis i Ishak Reis fueron matados en la batalya de Tlemcen en el anyo 1518 por Carlos V. Es alora ke sultan Selim ke paso al trono, a la muerte de su padre, el Grande Soleiman, lo nombro Beylerbeyi, todo poderozo, i le dyo el titolo de Oruc Reis, BARBAROSA…. Barbaros konkisto Tlemcen de las manos de Carlos V a la fin del mizmo anyo i fraguo grandes naves para los “Mujaddaras” muzulmanos de Espanya ke yevo a las kostas norte afrikanas. Gano las guerras kon los espanyoles kuando estos tentaron de rekonkistaar ALGERIA, insendio todos las naves espanyolas.

Barbaros konkisto RODOS allado del sultan otomano i egzilo los kavalyeros de St.Jean.

Kuando desido de retirarse, empeso a eskrivir sus memoryas i bivir una vida kalma, en deshando la sovereyneriya de ALGERIA a si ijo Hasan Reis. Sus eskritos i todo lo ke kedo de el se topan en el la Libreria de la Universitad de Istanbul i en el muzeo de Besiktas en Istanbul kon una grande estatua suya en frente de la mar.

Se muryo a sus 68 anyos en Istanbul, en su palasyo de Buyukdere, frente del Bosphor.

[Orijen: http://www.diariojudio.com]