La abuelita de Kundera y también la mía 
conocían cada yerba y sus aplicaciones 
sabían lo que tenían dentro los colchones, 
sabían leer el cielo y cocer el pan. 

La abuelita de Kundera en su pueblo checo 
y la mía en su Belchite y las dos sabían 
que el cura era el confidente de la policía. 
Nada tenía secretos a su alrededor. 

El vecino de Kundera se parece al mío. 
Si algo tiene destacable nadie lo diría. 
Es un tipo muy correcto que se pasa al día 
ocho horas tecleando un ordenador. 

Mi vecino vuelve a casa y enciende la tele 
y brinda con la familia con sidra « El Gaitero » 
cuando el locutor afirma que en el mundo entero 
no hay un lugar más seguro que nuestra ciudad. 

Mi vecino nunca supo que esa misma noche 
violaron en su calle a una adolescente, 
que asaltaron a dos viejas y que un indigente 
apareció degollado en el callejón. 

Mi vecino, aquella noche, se metió en la cama 
convencido de tener el mundo controlado 
seguro de ser un hombre muy bien informado 
respecto a lo que ocurría a su alrededor. 

La abuelita de Kundera y también la mía 
conocían cada yerba y sus aplicaciones, 
sabían lo que tenían dentro los colchones, 
sabían leer el cielo y cocer el pan.