El director de Madre e hijo y El arca rusa imagina en la más experimental de sus películas un encuentro entre -nada menos- Hitler, Mussolini, Churchill y Stalin más algunos cameos no menos famosos.
Escrito por Diego Batlle
Fairytale (Skazka, Rusia-Bélgica/2022). Guion y dirección: Alexander Sokurov. Duración: 78 minutos.
No es la primera vez que el ya septuagenario director ruso se mete con líderes políticos como Adolf Hitler y Joseph Goebbels en Moloch (1999), Vladimir Lenin en Taurus (2000) o el emperador japonés Hirohito en El sol (2004). Hitler regresa y Lenin es varias veces mencionado en Fairytale, un “cuento de hadas”, una fábula ambientada en un muy particular purgatorio al que también están invitados Josef Stalin, Benito Mussolini, Winston Churchill y participaciones secundarias de Napoléon Bonaparte (quien formó parte en 2015 de Francofonia) o el mismísimo Jesucristo.
En este collage bastante artesanal se usan imágenes de los protagonistas debidamente manipuladas vía programas de computación -en lo que puede verse casi como un film de animación experimental-, a las que distintos actores les prestan sus voces (que imitan a las reales y mantienen los idiomas de cada uno). Con una estética brumosa, onírica, fantasmagórica, casi siempre en blanco y negro, y a partir de sus habituales planos secuencia, Sokurov combina situaciones tragicómicas que parecen derivas de la Divina Comedia y del absurdo de los sketches de los Monty Python.
Los líderes -en muchos casos sanguinarios dictadores- se provocan, se desprecian, hablan de las guerras, la muerte, los imperios y las ideologías (“todos somos un poco socialistas”, le dice Hitler a Mussolini, mientras no deja de repetir su odio hacia “rojos y judíos”, o se pregunta por qué nunca quemó París). Pero no hay demasiado intercambio: es de alguna manera un diálogo de sordos entre seres bastante patéticos.
Muchas diálogos resultan bastante banales, pero Sokurov compensa con un impactante despliegue visual que incluye desde mareas humanas (y cuando hablamos de mareas son multitudes con movimientos propios de las olas) hasta la multiplicación de cada uno de los personajes. Así, podemos ver a dos, cuatro o diez Churchills en un plano (todos con diferentes vestimentas), como si se trataran de hermanos gemelos o distintas facetas de una misma personalidad.
A las ínfulas de juntar a semejantes personajes, Sokurov le suma una audacia visual en la que poco importa la perfección de la tecnología deepfake (que nadie espere aquí un acabado digno de Pixar) porque lo esencial pasa por concebir un universo de clima apocalíptico para que esos fantasmas del pasado puedan deambular e intentar saldar sus deudas pendientes.
[Fuente: http://www.otroscines.com]