Unos 5.000 militares participaron hace medio siglo en la sublevación pacífica contra la dictadura que aspiraba a democratizar, descolonizar y desarrollar Portugal

José Alves da Costa, el cabo que desobedeció la orden de disparar durante la Revolución de los Claveles, en la aldea de Balasar, en la región portuguesa del Minho, en diciembre de 2023.

 

Escrito por TEREIXA CONSTENLA

El golpe de Estado contra la dictadura portuguesa sacó a la calle a 5.000 militares la madrugada del 25 de abril de 1974, nada más escuchar Grândola, vila morena, la canción de José Afonso. Cada uno de ellos desempeñó un papel, crucial o secundario, para contribuir al éxito de aquella misión histórica, que se desplegó sin violencias ni venganzas en más de 40 acciones diseñadas por el comandante de artillería Otelo Saraiva de Carvalho, uno de los tres integrantes de la dirección del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), puesto en pie por unos 300 capitanes. El golpe se transformó en una revolución a las pocas horas, cuando los portugueses se echaron a la calle para impedir que la sublevación contra el régimen, que entonces encabezaba Marcelo Caetano, tuviese marcha atrás. El gesto de una camarera llamada Celeste Caeiro, que repartió claveles entre los soldados porque no tenía cigarros, dio nombre a lo que estaba pasando. Pero antes de la fiesta que se vivió en el país, libre al fin de 48 años de represión y censura, hubo varios momentos de tensión en los que todo podría haber descarrilado. Algunos de sus protagonistas recuerdan aquellas tensiones medio siglo después.

El cabo que desobedeció la orden de disparar. Nadie supo durante 40 años cómo se llamaba el hombre que se encerró en su carro de combate para no tener que abrir fuego sobre sus compañeros la mañana del jueves 25 de abril de 1974. En 2014, tras desvelarse su identidad gracias a la investigación periodística de Adelino Gomes y Alfredo Cunha, José Alves da Costa recibió la distinción de gran maestre de la Orden de la Libertad de manos del presidente de la República. En 1974 estaba al frente de un tanque M47 que había salido a la calle a defender la dictadura. Junto al río Tajo, el general de brigada Junqueira dos Reis ordena al cabo Costa que dispare contra el capitán Maia y sus tropas, que han recorrido de noche los 80 kilómetros que separan Santarém de Lisboa para tumbar el régimen. Ante las evasivas del cabo, el general saca su pistola y le dice: “O abre fuego o le pego un tiro en la cabeza”. José Alves da Costa le sosegó, se introdujo en su carro de combate, cerró la escotilla por dentro y no salió hasta pasadas varias horas, cuando la revolución ya estaba en la calle. “Si él disparaba, moría solo yo. Pero si yo disparaba, iban a morir decenas o centenas de personas. Disparar no era una opción para mí, solo lo habría hecho si hubiera tenido la certeza de que no causaba daños”, explicaba durante una entrevista en su aldea de Balazar, en la región del Minho, el pasado diciembre.

Manuel Correia da Silva, el sargento que custodió en un blindado a Marcelo Caetano tras renunciar al poder en la Revolución de los Claveles, en un parque de Barcelos (Portugal).

El sargento que custodió a Marcelo Caetano en el blindado. Manuel Correia da Silva fue uno de los 240 integrantes de la columna de caballería que comandaba Salgueiro Maia. Él también fue uno de los militares que recibió un clavel de Celeste Caeiro, cuando estaban en el Rossio, en el centro de Lisboa, sin saber ninguno de ellos que estaban bautizando aquel jueves histórico. Pero lo más impactante para el sargento Correia da Silva fue tener que custodiar a Marcelo Caetano, el símbolo de la dictadura, después de su rendición. El dictador permaneció varias horas asediado en el cuartel del Largo do Carmo por las tropas del capitán Maia. Después de entregar el poder al general António de Spínola, que no pertenecía al Movimiento de las Fuerzas Armadas (pero esa es otra historia), Caetano baja las escaleras y entra en el blindado acompañado por dos ministros. El sargento se sienta a su lado. Durante el trayecto hasta el cuartel de Pontinha, donde la cúpula de los rebeldes le aguardaba, nadie habló. “En 24 horas el hombre que tenía todo el poder pasó a convertirse en un preso. Las únicas palabras que le escuché fue una respuesta que dio a un soldado: ‘Es la vida”. Los rebeldes quieren una evacuación pacífica y protegen al dictador de la ira de los ciudadanos, que se concentran en el Largo do Carmo. “Tardamos una eternidad en salir de allí en dirección al puesto de mando del MFA porque el pueblo quería tomarse la justicia por su mano. El blindado, que pesa toneladas, se balanceaba como un junco y escuchábamos a la gente gritar ‘Muerte al fascismo’ y ‘Muerte a Marcelo Caetano”.

El comandante que asaltó la radio. La Fuerza Aérea se desmarcó de la sublevación contra la dictadura, ejecutada en exclusiva por unidades del Ejército de Tierra, pero algunos de sus oficiales participaron a título personal. Fue el caso de José Manuel Costa Neves, un ingeniero aeronáutico con rango de comandante, que dirigió la ocupación de Rádio Clube Português, la emisora desde la que se emitieron todos los comunicados del Movimiento de las Fuerzas Armadas a partir de las 4.26 de la madrugada del 25 de abril de 1974. Costa Neves protagonizó una historia célebre en una jornada dada a los surrealismos, al olvidar las pistolas Walter que debía llevar su grupo en el asalto a la emisora. El oficial había cerrado el coche con las armas dentro y pidió ayuda a un policía para forzar la puerta con un alambre. Impresionado con las buenas maneras de Costa Neves, el agente le dijo: “Si todos tuviesen el mismo civismo que usted acaba de mostrar ahora, la vida de los policías sería mucho más fácil”. Horas después, el policía amable acabaría detenido en el estudio número 5, donde los rebeldes estaban encerrando a fuerzas leales al régimen. “En cierto momento, para calmar la tensión que se estaba generando entre los policías detenidos en el estudio, que no era extraño dada la pequeñez del espacio donde estaban, traté de explicarles lo que ocurría y les repartí agua y tabaco que había en el bar de la emisora”, evocaba Costa Neves en un correo electrónico. Pasó allí dos noches sin dormir y se hizo amigo del locutor Joaquim Furtado, que leyó el primer comunicado de los rebeldes. El único remordimiento que le acompaña desde aquel día es no haber pedido disculpas al policía que le ayudó a forzar su propio coche y que acabó detenido horas después.

[Fotos de la autora – fuente: http://www.elpais.com]