Escrito por Edgardo Lois

En la primavera de 2014, imagino que de mañana, luego de noches placenteras de trabajo, tinto y reflexión, hizo entrada en la historia de la vida porteña un nuevo libro: Julián Centeya, Biografía y poemas inéditos de Roberto Selles (1944) y Matías Mauricio (1978), sello editorial: Milena caserola.

Se puede hablar de este libro partiendo desde muchas esquinas, porque mucho se puede decir del mismo, pero lo primero que anoto es que Julián Centeya es un libro necesario en la construcción de la memoria y la identidad de esta ciudad de Buenos Aires. Es cierto que el Hombre Gris ha marcado besana y surco en la cultura de los barrios, y que de lo transitado ha quedado registro: libros y grabaciones que, suerte mediante, se pueden conseguir en algunos refugios, principalmente “lugares de viejo”, esos amigables corrimientos espacio/temporales desde donde el ayer hace señas para que no todos pierdan la vida en la velocidad de la rodada cotidiana.

Julián Centeya vive en el recuerdo y en las bibliotecas de muchos memoriosos, pero aún a ellos les falta alguna figurita en el álbum de esta vida poeta. Es por eso que este libro era necesario, para que se asomen a la calle sabihondos y dormidos. No había libro parecido: una memoria de su tránsito hecha de palabras, algunas fotos, las necesarias, datos consignados, también los necesarios. El libro es una luz esencial sobre el poeta, no sufre la pretensión de la totalidad; es, por ejemplo, un rescate de su obra poética que hasta ahora guardaban los discos o el registro de su hacer en programas de radio. Un rescate de poemas que escribía y regalaba a un amigo con quien tomaba café. Detalles, riesgos, que tienen que ver con la brisa y la garúa: ¡ah, la fragilidad de vivir en el misterio! En Homero Manzi, de un larga duración de 1968, Julián escribe: De cuando caminábamos la calle Monasterio, / hablábamos de tango que la ciudad un día / llevaría en su entraña. “Estar en el misterio”, / me acuerdo de qué modo profundo lo decías. Esta memoria trata precisamente de esto: el relato de cómo Julián Centeya vivió en su misterio.

Es posible que en una ciudad como Buenos Aires se pueda encontrar el susodicho misterio, la gran llave que abre la puerta de hoja simple que guarda el corazón, en una esquina y, si es esquina de café, la pintura ayuda aún más la relojeada sobre el alma. Esquina y café pintados por una paleta de gamas bajas, óleo cargado de ocres para Julián, el de la esquinas. Los autores lo apuntan, las esquinas dicen presente en sus poemas, y en los microprogramas de radio del ciclo: Desde la esquina de siempre. Porque las esquinas, él bien lo sabía, crecen tanto hacia el cielo como hacia la tierra. Es en esa búsqueda para encontrarse con las almas propias reunidas alrededor del alma madre, primero de la patria barrio y luego de la patria ciudad, que este Hombre Gris vivió sus días, vidas y muertes. La esquina es esencialmente un refugio filosófico, un mirador de tormentas, de adentro y de afuera, un lugar en el aire que sube hasta la luna, y en el aire que busca el centro de la tierra. El señor Centeya, entre el oleaje ciudadano, buscaba ver y pensar a los hombres.

En La musa del barro incluyó el poema BoedoEnumero una ordenación de esquinas contra el cielo, / desando lonjas de calles con memorias, / me instalo en patios familiares, íntimos, / procuro una sucesión de horas, / me detengo en una desangrada tarde, / de antiguas imágenes me renuevo, / reconstruyo albas, / fijo noches habitadas de árboles en silencio, / de puertos, / y un viento sin dónde me pone entre las manos / la voz gemidora / de una guitarra goteándome un tiempo / de ochavas / y de hembras. / Entonces me nace el compadre de adentro / y bato esta sed que me crece de carne, / pa’ ver si se enteran que yo soy de Boedo (1969). A estas sintonías del Hombre Gris me refiero, a la sed de sus almas que lo llevaba una y otra vez a la necesidad de decir de dónde venía, de hablar de los detalles del viaje, del valor del tango a la hora de esos regresos. En BandoneónMirá lo que te digo bandoneón orillero: / cuando escucho el gotear de tu lamento / me devuelves el barrio definitivo, entero, / en el decir profundo de tu misterio.

En El barrio asegura: No se ven ciertas cosas si no se llevan dentro. Sangre adentro de Centeya hacía esquina el chamuyo sabihondo, una vida a conciencia, con una misma medida de hombre duro y a la vez sensible. En el final del poema citado: No se ven ciertas cosas si no se llevan dentro. / El barrio –lo que dije– va a la muerte conmigo.

En el citado poema Homero Manzi se lee: Vivir es irse un poco de uno y de todos, / avanzar hacia el hielo y nunca más saber. / Es cuando, sin ser uno, se habrá alcanzado el modo / de habitar una nube y ya nunca volver. En esta memoria de Julián Centeya están todos los hombres que el hombre era, el que pensaba la muerte (Es un acontecimiento más de la vida. No sé si el último…), el hombre entre los “mientras tanto” del amor (Regresás con la luna, con el viento y la lluvia / y estás en el misterio de un cielo de cartón / de trenzas enmoñadas, lejana, altiva y rubia, / en la demora aquella de tarde y de portón), sus mujeres, la paternidad (una hija: Norman Kely Vergiati), principios y finales que hacen a la vida. Fue muchos muchachos el pibe Amleto desde que llegó al país: Así como hay gente que inventa cosas y sistemas, como esto del “show”, que es un bacilo que trajo la enfermedad del televisor a domicilio, yo me inventé a Julián Centeya, que desplazó como periodista, autor de letras de tango, conferencista y sujeto que cultiva el disconformismo, a Amleto Vergiati, exestudiante secundario, extaquígrafo, exobrero de los más variados e increíbles oficios. Uno de ellos, el de no hacer nada. (…) Firmé mis versos y mis tangos con mi seudónimo en la seguridad de que era yo mismo (…) estoy plenamente convencido de que soy Julián Centeya.

El trabajo aplicado de Selles y Mauricio aclara muchos detalles, lugares, pistas, que Centeya acomodaba en sus poemas. Por ejemplo en Anunciación del tango se nombra La Blanqueada, y la información consignada es: Célebre pulpería de Pompeya, ubicada en Sáenz y Roca (esquina S.O.); en los últimos tiempos se denominó Almacén La Antigua Blanqueada. En Mistongo se lee: (…) la gorda de la sala que olía a “Sola mía”, y el desasne correspondiente es: Sola mía: Marca de un perfume creado en 1898, con base de fruta y champán, cuyo aroma se acentuaba con polvo de nuez moscada y de pimienta. En Amasijao, al pie, un dato: Comunicado por Rubén Guerra, con la siguiente aclaración: “En un café, mientras me contaba cosas pasadas, me dijo: ‘Tomá, te lo heredo’. Lo mismo sucede con Era de cheno…, al pie: Comunicado por Rubén Guerra, con la siguiente aclaración: “Esto lo escribió, entre tandas, en Radio Argentina: ‘Tomá, nene, guárdalo, es para vos’. Rubén Guerra es cantor, él mismo es un personaje del mismo Buenos Aires que habitaba y contaba el Hombre Gris.

En esta recorrida por poemas recuperados, me maravilló, me maravilla, Madrugada, perteneciente a Suite porteña, larga duración del sello Lince, 1970: Convocado al panel de tus sombras y luces, / te advierto en madrugada, mi sola buenosaires, / con el último hombre primero / que arquitecta tristezas como brumas de puerto, / devorao a la vera de tu espalda, de frente / iniciada hace siglos, hace nada, hace tiempo. // Un penúltimo perro dobla un ángulo en Piedras; / siempre el perro que pasa, siempre el árbol que piensa. / Una luna desnuda se demora en la puerta, / blanquiverde es el muro de la casa de enfrente. / Rasga el paño-silencio un reloj de patriarca, / campanario de hueso que conjuga un fantasma. // Te transito de nuevo / en verbo, soledades y ahora, en madrugada.

El citado Rubén Guerra da testimonio de una visita a Centeya: monoambiente de Paraguay 3737, 2° A: Todo su departamento era un placar, una botinera y un baño; mientras Julián preparaba el almuerzo que consistía de zanahorias fritas con manteca, me dice: –Me pasás los fasos que están ahí, en el cajón. Cuando lo abro me encuentro con un 32 corto; –¿Qué es esto, Julián? –le digo-, a lo que responde –Ah, déjalo, un día que esté jodido, me amasijo. Pero la Parca le ganó de mano, de la misma manera que la moneda escasa le ganó casi todos sus días. Murió el 26 de julio de 1974.

A Julián Centeya se le han dedicado cantidad de poemas: tributos poéticos; de esta producción también da cuenta el trabajo de Selles y Mauricio. Entre ellos destaco Julián Centeya de Nira Etchenique: Digo tu nombre aquí: / Julián Centeya. / Quiero tu nombre así: / Julián sin luna. / Parroquiano esencial de la vereda, / señor de buenosaires, / a veces me es más fácil que quererte / pensar que te inventé con mi ternura. // Alguien, alguna vez, ya no me acuerdo, / desde un túnel con peces, dulcemente, / en una de esas noches en que mueren / de pronto los amigos y las copas, / en una de esas finas y duras madrugadas / en que es más gris, más limpio, más secreto, / más olvido el olvido y más misterio / elegir entre el agua y la derrota, / alguna vez –vos sabés, ocurre todo, / el aire, el suelo, el olor de la pureza– / alguna vez alguien vino y dio tu mano. / La puso como un mazo de cartas en la mesa, / como un pan sin morder, patrón del tinto, / dueño de la garúa y la tristeza, / propietario de todos los faroles, / recaudador feroz de los relámpagos, / deschavetado camarada de los ángeles. // Así te conocí, Julián Centeya, / digo tu nombre aquí, Julián sin cielo. / Después te caminé glóbulo a glóbulo, / perseguí sin dolor tu ceremonia / de andar llorando solo, / tu empedernido lance de vivir a puro cigarrillo / y tu antojo ritual de ser un hombre / que funda edictos para curdas. // No me expliqués, pegá primero / y después vamos a hablar de lo que venga. / De la murga cansada o de las bestias, / de esas ganas de patios con malvones, / de las cosas que van por buenosaires, / de fusiles, de rosas, de macanas, / de los pibes que duermen con cemento / pegado a las pestañas. // O no vamos a hablar, llorá tranquilo / que basta para verte tu manera / de fósforo, de cáscara, de sangre / y tu cara asimétrica rodando / por la barba de Homero, por el alma / del sur, zanjón, boliche, cadenero, / Pichuco, barro y pampa, la agonía / de Margo en la ciudad. // Digo tu nombre así Julián Centeya, / Julián sin luna y sin amor. Julián sin nada. / Atorrante señor de buenosaires, / gorrión de sangre azul, / deshilachado arcángel de potrero, / conquistarás a Marte en un tranvía / y si te toca morir será con tango.

En la esquina del café Margot, en Boedo, vuelvo a ver a Nira sentada a una mesa, tan buena persona, tan generosa, tan poeta y escritora. Me voy en el recuerdo y estrecho la mano del Profe Ricardo, la del Gordo González, la de Carlos Caffarena. Al regreso, estrecharía la mano de los autores: Roberto Selles y Matías Mauricio, y la de Julián Centeya que, luego de enterarse de que se lo mentaba en un broli posta, vendría de abrazo con ellos.

 

[Fuente: desdeboedo.blogspot.com]