La arquitecta obtuvo el reconocimiento de la profesión por la creación de dos escuelas infantiles en Perú

Betsaida Curto, poco antes de iniciar su charla en la sede del colegio de arquitectos coruñés. Ángel Manso

Escrito por M. CARNEIRO

Obligada por la precariedad laboral que encontró en Galicia, donde estudió, la arquitecta asturiana Betsaida Curto Reyes (Anayo, Piloña, 1985) se enroló de voluntaria con la oenegé estadounidense All Hands and Hearts, dedicada a la reconstrucción de escuelas en zonas afectadas por desastres naturales. Dos años después volvió aupada por los reconocimientos cosechados con dos proyectos construidos en Perú junto a Ander Bados Sesma —en el desierto de Ica y en Cerro Colorado (Arequipa)—, en los que buscaron «la máxima dignidad arquitectónica con los mínimos recursos», afirma. «Para nosotros, la dignidad arquitectónica incluye la estética. Creemos que todo el mundo merece vivir en un lugar bonito, ya sean los temporeros de Ica o el señor más rico de A Coruña. No hay diferencia», subraya la arquitecta, que en la misma lógica cuestiona la dignidad «de un piso carísimo, que tiene los mejores acabados del mercado o griferías de oro, pero carece de luz o de espacios de calidad».

Detalle de la escuela infantil de Cerro Colorado (Arequipa), una de las dos diseñadas por Betsaida Curto y Ander Bados Sesma. Eleazar Cuadros

El último elogio a la obra americana llegó del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, que vio en la Escuela Inicial 140 de Santa Cruz de Villacurí —en el desierto costero de Ica, sacudido en el 2007 por un terremoto que dejó 600 muertos y 76.000 viviendas destruidas—, un ejemplo de «calidad arquitectónica y compromiso con la sostenibilidad medioambiental, social y económica». En su premio Profesión, el jurado valoró el uso de «materiales kilómetro cero y la cuidada respuesta bioclimática, que ofrece espacios de sombra y ventilaciones cruzadas para mitigar las altas temperaturas».

La identidad

Para Curto y Bados, la estrategia debía prestar atención a los materiales locales y el territorio, pero a la vez abrir posibilidades de usos y espacios mas allá de las exigencias del programa; filtrar las circulaciones de padres, niños y maestros, y cuidar la identidad compleja de la comunidad asentada en la zona, «formada por migrantes procedentes de las montañas y de la selva, muy distintos entre sí, con dificultades de lenguaje incluso, en muchos casos temporeros, que se fueron haciendo con el terreno a lo largo de los años sin planificación oficial de ningún tipo», explica Betsaida Curto, que este miércoles ofreció una conferencia en la sede coruñesa del colegio profesional sobre las claves de la experiencia en el país andino. Fue en esa provisionalidad y falta de recursos donde los arquitectos hallaron el vínculo y la identificación para trasladar al proyecto: en los materiales sin revestir, por ejemplo, que las familias empleaban en sus soluciones chabolistas.

Detalle de la escuela infantil de Villacuri, en el desierto de Ica. Eleazar Cuadros

La escuela infantil, para niños de entre 3 y 5 años, se había trasladado tras el terremoto a una construcción prefabricada expuesta a un calor extremo, sin ventilación, que además de dificultar el aprendizaje fue expulsando paulatinamente a los chiquillos del aula a lo largo de 15 años. «Las condiciones eran tan malas que muchas familias decidieron no escolarizar a los niños. Y aparte del problema en sí esto obligaba a las mujeres a quedar en casa, sin salir a trabajar, con lo cual perdían también ingresos que antes percibían».

Poder de transformación

Con la nueva escuela, el poder de transformación de la arquitectura no tardó en revelarse. Dos años después de abrir sus puertas, la matrícula ha crecido un 25 %. La Administración peruana envía recursos y alimentos para el servicio de comedor. El centro recibe a 300 criaturas, ha doblado los turnos de clase para no dejar fuera a ninguna y a medio plazo se someterá a una ampliación de la zona de sombra en la parte trasera. «Creo que están orgullosos. Nos costó convencerlos para usar caña brava en las cubiertas, un material local que allí se ve en los hoteles de cinco estrellas pero al que ellos se oponían porque les parecía poco duradero y más costoso de mantener. De hecho, preferían una chapa de aluminio, aunque se achicharrasen. Pero al final le aplicamos tratamiento antitermitas, antifuego, la barnizamos, y contando en todo momento con ellos conseguimos cambiar el chip. Es un círculo virtuoso», explica la arquitecta, afincada en A Coruña.

«La escuela —defiende Betsaida Curto— puede ser un lugar seguro y un hito que muestre a la comunidad que sus propias materias primas son excelentes, que una escuela es más que un simple edificio y que tiene el potencial de cambiar la vida de una generación».

 

[Fuente: http://www.lavozdegalicia.es]